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jueves, 24 de mayo de 2018

ABUELA Y MADRE

                      


  Se despierta al escuchar la alarma del pequeño reloj que cada día la llama a las seis en punto de la mañana de lunes a sábado. Como cada día, también, estira los brazos, los pies y nota un dolor punzante en un costado al que no quiere darle mucha importancia, pero que a cada instante le recuerda que ya tiene setenta años.
 
 
Al fin se decide a bajar de la cama recoge la ropa de la silla, pasa al baño donde se asea, y continúa para la cocina.
Sin dilación coloca la cafetera en la placa y, mientras espera a que el café esté terminado coloca el mantel y sobre él tres tazones, el azúcar, pan de molde, mantequilla y cereales. Aún le queda tiempo para conectar la lavadora mientras se escucha el sonido del café que está a punto de salir.
 
  Se sirve una taza y, despacio, la saborea sabiendo que hasta las tres de la tarde este será el único momento que tiene para sentarse.
Coloca la taza vacía en el fregadero mientras va pensando en la comida del medio día; potaje para su nieto Jorgito y para ella, a los gemelos le preparará unos espaguetis, para su hijo, que después de quedar viudo y sin trabajo se vino a vivir a en la casa, le hará un filete de pescado a la plancha y ensalada, no quiere engordar porque está saliendo con una chica que es más joven que él y teme que lo deje como las anteriores.

  Cuando todos han desayunado y se han ido, baja a la calle para dirigirse al banco mientras va rezando y pidiendo que le quede algún dinero para pagar el agua y la luz. Después de esperar media hora, al fin ve que en la pantalla aparece su número y, casi temblando, se dirige a la ventanilla donde una empleada, con poco tacto le dice que, si no paga mañana el recibo del mes, le cortan el agua. Su cartilla está en números rojos, tan rojos como su cara.

  Abochornada y humillada se pregunta para sus adentros ¿Cómo seguiré dando de comer a mi hijo y nietos hasta el próximo mes que cobro mi pensión de viuda?
 
  Haciendo un esfuerzo sobrehumano deshace el camino andado anteriormente. De pronto recuerda que en casa no hay pan y, con mano temblorosa, busca en la ajada cartera unas monedas para comprarlo en el súper; sabe que debe tener el importe justo pues de lo contrario no podrá llevarlo. ¡Cómo echa de menos aquellas tiendas de barrio donde le apuntaban la compra hasta la próxima semana!
  Al fin y, como queriendo esconderse en una esquina del raído monedero, encuentra una moneda de 1 € que le llega para la oferta de las tres barras.
  Cabizbaja emprende el camino que la lleva de nuevo a su casa. Se sienta en la cocina y, apoyando la cabeza en la mesa, rompe a llorar desconsoladamente ya no sabe que hacer para que el dinero le llegue hasta cobrar la próxima mensualidad. Por muchos números que haga, por mucho que restrinja las compras siempre llega más que justa a final de mes.
 
  Piensa en sus hijos aquellos por los que tanto luchó y trabajó para sacarlos adelante ella sola cuando su esposo falleció. Pero, sabe que no pueden ayudarla, sabe que su hija tiene a su marido enfermo y que viven de lo poco que él recibe de la Seguridad Social no, a esa no puede pedirle nada.
 
  Está su hijo, el mayor que sí tiene un buen trabajo, pero, ya le ha pedido tantas veces que no se atreve a hacerlo una vez más.
  No sin cierto dolor, piensa que si el que está en casa contrajera matrimonio, sería una boca menos que alimentar aun sabiendo que esto es muy difícil mientras no encuentre un trabajo.

  Continúa sentada y llorando sin notar que las horas pasan y no ha preparado la comida. Su hijo y nietos llegarán de un momento a otro y no quiere que vean que ha llorado. Se lava la cara se coloca el delantal y comienza a preparar la comida mientras, como cada día dice, “Dios proveerá”

María Sánchez

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