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domingo, 30 de octubre de 2016

¿Cuánto nos cuesta el vandalismo?


Por José L. Román.- 
Seguramente alguien mas autorizado que yo, ha debido reflexionar alguna vez sobre las causas de todo cuanto ayuda a encarecernos la vida. Muchos expertos habrán analizado la cuestión y habrán sacado sus conclusiones, pero yo no recuerdo haber leído una explicación como la que me han sugerido unos hechos que, por desgracia, se vienen repitiendo a diario en la España de nuestro tiempo.
Siempre me imaginé el futuro de nuestras principales ciudades con un medio de transporte como el metro, donde debido a las nuevas tecnologías funcionase casi todo con mecanismos automáticos, o sea, me lo imaginaba con esa tendencia que por desgracia nos lleva a un mínimo de empleados.
Pero, mira por donde, la realidad es otra. Esa reducción de personal atribuible a los automatismos que se imponen, no ha hecho disminuir las plantillas, pues la horrorosa y temible escalada del vandalismo en España ha traído todo lo contrario, ya que cientos de vigilantes de seguridad son desplegados por todas partes y en cualquier establecimiento, al objeto de que el vandalismo no campe por sus respetos. En resumen, el coste de esas plantillas de seguridad incrementarán los precios, que acabarán finalmente pagando los sufridos consumidores cuando adquieran los productos y servicios a la venta.
Pero hay más, por ejemplo, los bolardos o pivotes de hierro repartidos a lo largo de las aceras. Se trata de unos pequeños postes de hierro que los ayuntamientos hincan en el suelo, para evitar que los automovilistas estacionen sus vehículos sobre las aceras, y que pueden verse por numerosas calles de pueblos y ciudades. Por lo visto, en estos tiempos de desmadre, indisciplina y falta de autoridad, las administraciones locales han tenido que claudicar con la Ley de Seguridad Vial, gastando el dinero de todos los contribuyentes españoles en pitorros de hierro para “parar las ruedas” a los infractores.
Otro foco de atención y reflexión son los carritos de los hipermercados, los cuales, insertando una moneda de 1 euro o de 50 céntimos de euro podemos liberarlos o desengancharlos de su lugar de estacionamiento, y que al devolverlos de nuevo a su lugar de recogida recuperamos la moneda. O sea, que gracias al interés que supone recuperar el euro, la gente ya no abandona los carritos a discreción, sino que los retorna a su lugar de origen o estacionamiento. Lo que no consiguieron las llamadas a la colaboración desinteresada, se ha conseguido penalizando a todos. El hecho de tener los carros reunidos y no dispersos por ahí, resulta que no es un fruto gratuito por la cooperación del público, sino que ha supuesto un coste más para el establecimiento, y una molestia (“¡vaya hombre! no tengo un euro suelto”) para toda la clientela. Instalar el sistema en los carritos y mantenerlo, les supone a los establecimientos un coste del que también tendrán que resarcirse aumentando los precios de sus productos a la venta.
Nos hablan de inflación subyacente y aquí tenemos una inflación evidente. Como evidente es la inflación derivada de los destrozos causados en los transportes públicos, en el mobiliario urbano, en jardines y parques públicos, etc. ¿Acaso no salta a la vista los orines y deposiciones por las calles; la quema de papeleras y contenedores de basura, o los graffitis o pintadas varias, en señales de circulación, vagones de trenes, y fachadas de edificios?
Este vandalismo que se antoja imparable como consecuencia de la inanición de las instituciones democráticas, además de formar parte de un clima generalizado de violencia pública, es algo que las autoridades solucionan sin aplicar la ley, simplemente con el aumento del gasto público y la subida de impuestos.
Hay una minoría de individuos inciviles y antisociales, que nos hacen mucho daño a todos los demás. Ya lo decía Churchill: “Nunca tan pocos, “jodieron” tanto a tantos”.
Toda esta serie de comportamientos por falta de formación y educación, representa unos costes de orden macroeconómico que se pagan vía precios o vía impuestos, por lo que cabe afirmar, que las consecuencias de los actos antisociales son soportadas indiscriminadamente por la sociedad en su conjunto en forma de inflación y de presión fiscal. Así es como democráticamente pagamos justos por pecadores.
Si como yo creo, queda probado que los actos antisociales y vandálicos traen carestía de vida, sólo resta pedir que las Autoridades actúen, no con medidas económicas sino con nuevos planes de educación, y con el ejercicio de la autoridad en una decidida aplicación de las leyes. Que se meta en cintura a los desaprensivos en vez de apretarnos el cinturón a todos.
Si en cualquier nación, el gobierno es quien tiene la obligación de educar a los niños y jóvenes y pararle los pies a los vándalos que intentan imponer la ley de la selva, y no lo hace, será responsabilidad de esa mayoría de la sociedad que se muestra claramente perjudicada la de buscar, encontrar y legitimar en las urnas, una opción liderada por un estadista que traiga nuevas políticas de educación y formación para nuestros jóvenes, y que a la vez actúe con mano de hierro con el vandalismo y el desmadre, y un clima de violencia pública y matonismo que acabará derivando, más pronto que tarde y si nadie lo remedia, en algo semejante al Chicago de los años 30.
fuente . http://www.alertadigital.com/2016/10/29/cuanto-nos-cuesta-el-vandalismo/

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