En el amplio mosaico de lugares y barrio de Telde,
cada uno de ellos, ahí han quedado transformados
por el paso del tiempo, siendo éste el que ha hecho que los mismos hayan pasado
por una metamorfosis propiciada generalmente por la inercia de cambios, avances
y progreso de nuestra sociedad. Pero todo lo que de positivo tiene esta
mutación, no puede obviar que sus orígenes hayan sido la catapulta en que gravitara para llegar a ser lo que hoy es.
Atrás ha quedado un tiempo que si no lo afloramos con
mayor o menor juicio a la luz de nuestros día, se va borrando y difuminando en
la nube del olvido, y sabemos y estamos convencidos, que desde cualquier parámetro
de nuestras vivencias, en cualquier época de nuestra vida, éstas marcan un
pasado que, aunque sin deseo de retorno, no es conveniente enterrar porque con
él se va parte de nuestra esencia como ser, y no emprendamos una huida hacia
adelante.
Los que vivimos toda nuestra época dorada de la
juventud en esta zona, no podemos olvidar las intensa vivencias de que fuimos
testigos y que fuimos trazando a lo largo de esos años y que de seguro
aflorarán espontáneamente en estas remembranzas
con la emoción propia del
agradecimiento a la vida misma.
Hoy paseando por sus calles, se observa como todo se
ha transformado, tanto el paisaje urbano como el humano. A mi memoria viene
nombres, establecimientos, y pasajes,
que han quedado prendidos en nuestro ser
como reflejos de un tiempo pretérito
Pero por ello queremos rescatar del olvido como era antaño este
lugar que lo formaban un conjunto de calles, muchas de ellas hoy difíciles de
identificar como entonces, porque a la
mayoría se la han cambiado de nominación. Sólo conserva su nombre original
aquellas calles que recuerdan a los
países de Latinoamérica, como son Costa
Rica, Perú, Ecuador, República Dominicana y El Salvador y un poco más arriba
Brasil así como al descubridor de la
Penicilina Sir Alexander Fleming o Reyes Católicos.
El Cascajo tenía sus límites bien definidos en la
mente de todos: lindaba por la parte naciente,
con el famoso pilar de Santo Domingo,
que estaba junto a la escuela del maestro de varias generaciones D. Nicolás Espino, por el poniente con el
pozo y Punto Fielato, al sur con la calle alférez José Ascanio y Ruiz Muñiz,
y al norte con la finca y estanque de D,
José Bibiano, que hoy limitaría con la circunvalación en la calle Alejandro
Castro.
Hasta bien entrados los años 50 del siglo pasado, gran
parte de esta zona respondía a su nombre original, ya que estaba sin edificar
parte del mismo era un pequeño mar de lava volcánica donde tejíamos nuestro mundo fantástico de
los juegos infantiles y juveniles. Entre ellos
jugando a la guerra a semejanza de como acabábamos de ver en la película
dominical de las tres en el cercano cine Atlántico, cuya megafonía con canciones de la época,
como Jorge Sepúlveda con “no te puedo querer” o “más amor amor, amor” y hasta “Luna de Octubre” de Pedro
Infantes, entre otras que han quedado grabadas en nuestra memoria.
Invadía todo este amplio espacio del
Cascajo, en los preludios y descansos de
las películas que proyectaban en dos sesiones diarias , una a las 19,30 de
la tarde y la otra a las diez de la
noche así como el estridente timbre de aviso de entrada a
comienzo o en el descanso de la película,
con lo que se apagaba la música,
y el Cascajo se quedaba dormido.
El vecindario que lo formaba todo este espacio,
constituía un inmenso patio de relaciones de encuentros y desencuentros propio
de las relaciones humanas.
En este inmenso patio que era el Cascajo, se accedía a
cualquier vivienda con sólo quitar al aldaba que mantenía entornada la puerta del
zaguán de cada una de ellas, sin pedir
permiso para entrar , sino sólo el
saludo de buena voluntad.
En su entorno se desarrollaba todo un trasiego
económico-social realmente dinámico. Ya desde antes del amanecer de cada día ,
cuando en el pilar para coger agua,
existente en la confluencia de las calles Costa Rica con la calle Ecuador
formaban una larga fila de baldes y bernegales
que colocaban en las madrugadas para coger la vez, cuando llegaba el
agua casi al filo de la salida del sol. Aquí con sólo colocar el recipiente, se
respetaba el orden de colocación, aunque también a veces el ofuscamiento daba lugar a alguna que otra riña.
Y ya comenzaba un nuevo día. Se abrían las numerosas
tiendas que en todo este entorno habían, desde la que conocíamos por
Lolita Molina , en la calle Alexánder
Fléming, o la popular de Antoñito, en la esquina de esta misma calle, pasando por la de Lolita Alejandro, en la
calle Costa Rica, o en la calle Ecuador de la familia Rodríguez Moreno, hasta las
situadas en la larga calle llamada entonces Miguel Primo de Ribera, como las de
Miguelito León , Miguelito Cabrera o la de Rupertito. Justo a esta tienda había
un escuela de una conocida maestra, llamada Encarnacionita, que estuvo impartiendo clases durante muchos
años a la que asistía no sólo los niños
y niñas del cascajo sino de otros lugares de Los Llanos, dada su reconocida
fama de maestra. Su labor educacional aún hoy es recordada con admiración.
A las primeras horas del día, Susanita la panadera nos visitaba de puerta
en puerta, para dejarnos el pan, y ya durante la mañana no cesaba de visitar
cada vivienda las sucesivas vendedoras, entre la que era más conocida Eusebita
que vivía en la cuesta del Ejido
cuya especialidad era la venta de toda clases de hierbas y sus famosos rábanos
tiernos, y con cuyo sacrificio de trabajo, su hija pudo obtener una
licenciatura en la Universidad de Sevilla.
También, para
alimento de las cabras que casi todas
las familias tenían, el carro de la alfalfa pasaba puntualmente a
la misma hora de la mañana de un señor que tenía plantaciones de estas
leguminosas en el barrio del Calero los vendían en manojos de a cinco pesetas,
o los vistosos carros adornados llenos de todo tipo de artículos desde loza
hasta ropa, pasando por cuadros de santos o artistas de la época, espejos y toda clases de bisutería.
Eran muy conocidos en estos menesteres, Juanito Leme conocido folclorista de
entonces, y Francisco el malagueño, que recaló un día aquí y vivía, sólo, en una habitación alquilada en
la entonces calle de Juan de Austria de apenas unos m2., donde realizaba todos
sus menesteres domésticos, hasta que se casó con una vecina de la Isleta y
continuaron por un tiempo residiendo aquí. No podía faltar el cobrador de la Finisterre
y de Santa Lucía, para pagar la
funeraria.. Por las tardes Periquito el del quinto, con una vaca iban vendiendo
por las puertas medidas de leche. Pero tampoco faltaba el macho cabrío famoso
de Dominguito Rodríguez, “El Roío” para
“arreglar” las cabras que en las azoteas tenían la mayoría de los vecinos. Por
su característico olor que este semental dejaba a su paso desparramado por todo
el Cascajo sabíamos de su aproximación. Cuando la cabra quedaba “arreglada” se
le pagaba “un duro” igual a cinco
pesetas, por el servicio.
Las azoteas eran
verdaderas praderas donde proliferaban los gallineros, las conejeras,
las pajareras, los palomares y los pequeños corrales cada uno con unas cabras
de donde se obtenía temporalmente
la leche. Y también encuentros, entre
unas y otras azoteas separadas únicamente
por unos pequeños pretiles fácilmente
franqueables, de las respectivas
vecinas. Para nosotros los niños y jóvenes era el encuentro con las diferentes
especies de animales, y atalaya de visiones comprometidas.
Pero era ésta
zona, como ya hemos dicho, de mucho dinamismo, con desarrollo de
variadas actividades, siendo una de ellas
las ambalderías de Germán, o la de Fernandito Ríos, que tenía un vistoso
caballo blanco admiración de propios y extraños y en donde Pacuco Rivero era
tan aficionado a montar así como a
hacerle la uptosía a los lagartos y pájaros que cazaba junto al estanque ya
derruido. En estas domésticas industrias
se formaba todo un trasiego de animales, como los burros, mulos o caballos, donde el ambaldero con cinta métrica en ristre tomaba las medidas adecuadas para hacerle la
correspondiente ambalda a cada animal. Era
un proceso de elaboración artesanal muy interesante. Esta profesión
desgraciadamente ha desaparecido casi por completo.
Latonerías como la de Procuro Santana
“Procurito”, en la calle Juan de Austria
o la de Juan A. Santana “El mío” situada, más abajo, en la calle antes nombrada
de Miguel Primo de Ribera. Estas latonerías entonces tenían mucha actividad, ya
que los calderos, cucharones, cazos, y
lecheras, palas de gofio, regaderas
y jarros, para beber agua toda la
familia al pié de la pila de destilar, se soldaban y remendaban con unos remaches que hacía prolongar la vida
de estos utensilios tanto como fuera las necesidades de sus propietarios.
También animaba haciendo sonar su característico pitar “el afilador” de tijeras y cuchillos, o
Francisquito el del Valle, experto en arreglar cocinillas y quemadores o
quinqueles.
Continuará
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