El Museo de la Patología de Londres abre sus puertas por primera vez para mostrar su impresionante colección de órganos con enfermedades y curiosidades médicas.
El castigado esófago de un antiguo tragasables circense atrapa de inmediato la atención a los visitantes de uno de los rincones más morbosos de Londres, oculto para el público hasta este mismo fin de semana. Ciudadanos que responden a profesiones, inquietudes y edades diversas se entremezclan en una inédita y doble jornada de puertas abiertas con la que el Museo de Patología de la UCL (University College de Londres) ha querido invitar a un recorrido por las enfermedades del cuerpo humano a través de su vasta colección de especímenes. “Lejos del coto cerrado, buscamos una aproximación más democrática a la medicina”, resume la comisaria de la muestra, Subhadra Das, “que aliente a la gente pensar y aprender sobre su propia salud y los males que le acechan y, al tiempo, comparta también el relato histórico de una práctica en la que las cosas no siempre se hicieron bien”.
El despliegue de cerebros, intestinos, pulmones y otros órganos enfermos conservados en formol (como esa mano terrorífica que expone los estragos del lupus) no parecería sobre el papel el menú más tonificante para una jornada de asueto en el barrio de Hampstead, al norte de la ciudad. Y, sin embargo, la demanda de entradas (gratuitas, pero restringidas en número) para conocer la colección de patología que se aloja en el hospital Royal Free se agotó con semanas de anticipación. “Queríamos hacer algo diferente y por eso respondimos a la convocatoria online”, explica Ana, una madrileña recién licenciada en psicología que colabora con una ONG centrada en cuestiones de salud. Ha acudido con su amiga Sofía, filóloga lisboeta que tiene especial interés en los especímenes históricos del museo, datados a partir de mediados del siglo XIX. La inglesa Mimi, aficionada “a pintar cosas muertas, generalmente animales” se declara “intrigada” por el despliegue del museo, mientras la escocesa Zoë ha decidido traer a su hijo adolescente porque considera necesario “dar visibilidad a las enfermedades, es algo que todos deberemos afrontar en algún momento”.
El chico no parece tan convencido, y
un cartel en la puerta parece darle la razón con su advertencia de que
algunos de los ejemplares expuestos “pueden provocar un fuerte impacto”.
Un pie que tuvo que ser amputado a causa de la diabetes y el hígado
cirrótico de su dueño, el melanoma maligno desarrollado en un ojo o el
tejido de la piel corroído por el cáncer son solo una muestra de los
especimenes procedentes de varios hospitales docentes de Londres, y que
la UCL ha acabado reuniendo en este espacio de investigación y enseñanza
con diez años de vida. “La mayoría busca lo que le resulta más cercano,
entender los efectos de una enfermedad que ha afectado a sus familiares
o a ellos mismos para acabar aceptándolo”, explica Das sobre la
motivación de esos visitantes no especialistas.
“El conocimiento te da fuerza”,
asiente Nicole, una convecina de Hampstead a quien le fue diagnosticado
el síndrome de Ehlers Danlos (caracterizado por unas articulaciones
extremadamente laxas que condicionan su movilidad) hace cuatro años. El
propósito de “entender mejor el cuerpo humano” le convenció para elegir
el Museo de Patología de la UCL de entre la variada oferta del programa
Open House que, durante un fin de semana al año, abre al público las
puertas de algunas de las direcciones más famosas de Londres, privadas y
públicas (incluido el número 10 de Downing Street, residencia de la
primera ministra). Los artífices del museo se han sumado por primera vez
a esa convocatoria para darse a conocer y hacer accesibles sus
investigaciones a los no expertos. “Tradicionalmente, el conocimiento
médico estaba reservado a una elite instruida, y espacios como éste eran
a menudo lugares secretos para el público en general”, subraya Das,
historiadora de la ciencia médica.
Racismo y sexismo
Le alegra comprobar la atracción que
suscita el apartado histórico del museo, donde se recogen errores del
pasado y el “racismo y sexismo” en que incurrió de forma sistemática la
práctica médica. Un feto con deformidades ilustra, por ejemplo, los
miles de casos de malformaciones congénitas que provocó la
administración, a finales de los 50, del fármaco talidomida
a unas madres convertidas en conejillos de Indias bajo el pretexto de
contrarrestarles las núseas del embarazo. La visión es impactante pero
no descoloca a María, madrileña apuntada en Londres a un máster de
Historia del Arte, y cuyos estudios se centran en una Edad Media “donde
la muerte está siempre muy presente”. Bien al contrario agradece la
disección implacable que presenta el museo sobre la vulenarbilidad de
nuestro cuerpo, “que puede generar miedos pero al final ayudará a la
gente a normalizar la realidad de las enfermedades”.
Las reflexiones de María entroncan con las de la comisaria Subhadra
Das, a la hora de constatar que “no hablamos lo suficiente sobre la
muerte ni de ese cuerpo en el que en algún momento de nuestra vida algo
irá mal, no funcionará”. Entender la amenaza de las enfermedades, opina,
nos ayudará a aceptar que no somos inmortales.
Apenas nada está documentado sobre el tragasables cuya espada
atravesó el esófago hasta alcanzar mortalmente el corazón del artista de
circo, accidente derivado de una práctica en la que participaban tanto
hombres como mujeres en busca de un precario sustento.
El museo no puede aventurar el género del protagonista del caso, y ni siquiera el momento preciso de los acontecimientos, aunque las peculiaridades del arma blanca utilizada y expuesta en el museo de Londres sugiere los inicios del siglo XX
De aquellos tiempos datan los retazos de la piel tatuada de otro colega circense, en forma de preciosas mariposas, que el museo de la UCL expone en su colección histórica. La filigrana de grabados en la piel era considerada hace un siglo como signo de una enfermedad mental de sus usuarios pero, con el paso del tiempo, esos diseños pasaron a formar parte de la iconografía de la clase trabajadora, y también a ser objeto del deseo de la modernidad.
fuente: http://esmateria.com/
El museo no puede aventurar el género del protagonista del caso, y ni siquiera el momento preciso de los acontecimientos, aunque las peculiaridades del arma blanca utilizada y expuesta en el museo de Londres sugiere los inicios del siglo XX
De aquellos tiempos datan los retazos de la piel tatuada de otro colega circense, en forma de preciosas mariposas, que el museo de la UCL expone en su colección histórica. La filigrana de grabados en la piel era considerada hace un siglo como signo de una enfermedad mental de sus usuarios pero, con el paso del tiempo, esos diseños pasaron a formar parte de la iconografía de la clase trabajadora, y también a ser objeto del deseo de la modernidad.
fuente: http://esmateria.com/
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