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martes, 12 de junio de 2018

La furia del fuego

Autora Marísol Ayala
Hace ocho años que la vida de Mónica Arroyo dio un trágico vuelco. Manejando una barbacoa le echó un poco de alcohol y la furia del fuego trepó por su pelo, brazos, pecho, cabeza, piernas. El 85% del cuerpo quemado.
Ha permanecido ingresada cuatro meses en la UMI del Rocío de Sevilla en coma inducido y en el Insular de Las Palmas. Le han reconstruido el cuerpo a golpe de bisturí. Su experiencia ha sido tan dura que ha puesto en marcha la primera Asociación del Quemado de Canarias “para que nadie pase lo que yo he pasado. Estamos muy solos”.
Tiene 45 años, se llama Mónica Arroyo, nació en Las Palmas de Gran Canaria y ha puesto en marcha la Asociación del Quemado de Las Palmas, la primera a nivel nacional. Su argumento es rotundo: “Lo que yo he sufrido, 85% del cuerpo con quemaduras de segundo y tercer grado, mi lucha contra los estragos del fuego, injertos, reconstrucción del cuerpo y los  pocos medios de que disponemos, en Canarias ha sido inadmisible. No existe Unidad de Quemados. Lo que yo he sufrido que no lo sufra nadie”
Todo empezó el 16 de enero del 2010 cuando Mónica estaba preparando una inofensiva barbacoa. Tenía 37 años era una mujer feliz, llena de proyectos. Organizaba eventos, pasaba modelos y se movía bien en ese mundo. Tenía una vida social muy activa, joven y guapa pero ese día su vida dio un giro dramático.


La barbacoa
Esa mañana estaba preparando una barbacoa en el ático de una amiga en Telde cuando se percató de que él fuego no prendía con fuerza. Como esperaba la llegada de amigos Mónica quiso reavivar el fuego para que todo estuviera a punto. Con ella se encontraba una amiga, la dueña de la casa. Y en eso estaba cuando de pronto Mónica recordó que en el bolso tenía un pequeño bote de cristal con dos dedos de alcohol y hierbas aromáticas, mezcla que utilizaba para combatir la tos. No lo dudó y fue en su busca. Cuando lo tenía en sus manos acercó el recipiente al fuego sin saber el riesgo que corría; hizo ademán de volcar su contenido en el carbón pero una llamarada entró como un rayo en el bote produciendo una explosión que asaltó su larga melena y que a su vez se fue apoderando de su cuerpo. “Era una antorcha humana. Pedí ayuda a la mujer que estaba conmigo pero ella permanecía inmóvil, mirándome”. En estado de shock, se supone. A partir de ahí un año de ingresos entre el Hospital Insular, el Hospital Nuestra Señora del Rocío de Sevilla, de intervenciones quirúrgicas, de ayuda y apoyo psicológico. De sufrimiento, viendo la muerte de cerca. Pero ella es muy tozuda y se empeñó en vivir a pesar de que tenía todos los números para lo contario.
Evitemos contar detalles escabrosos. Basta con decir que el 85% de su cuerpo fue pasto de las llamas sufriendo quemaduras de segundo y tercer grado. Ella luchó sola contra el fuego, tratando de sofocar el infierno que se apoderaba de su cuerpo. Ironía del destino. Luego recordó que le había regalado a la dueña de la casa un extintor de incendios. Estaba en un rincón del ático pero nadie se percató de ese detalle.
Sus “alaridos”, así define el sonido del dolor que emitía su garganta. No recuerda quien llamó a urgencias del SCS. Estaba noqueada. Primero llegó al ático la Policial Local de Telde y luego, viendo la magnitud de la tragedia, se avisó a Urgencias y la trasladaron al Hospital Insular de Las Palmas de Gran Canaria, directa a la UMI. Sin embargo, llegar al centro médico fue complicado porque Mónica sufrió un paro cardiaco durante el trayecto, en la ambulancia que la trasladaba. Hubo que parar y atenderla. La Unidad de Críticos le esperaba. Desde ese momento hasta llegar, dos días después, al Hospital Nuestra Señora del Rocío sufriría tres paros cardiacos uno de ellos, explica Mónica, muy complicado. Pero remontó. “Me empeñé en vivir, eso creo yo”. Un año estuvo entre los dos hospitales. Hoy sigue sometiéndose a pequeñas intervenciones, y han pasado ocho años.
La ruta de Mónica hacia la vida a partir de ese enero del 2010 ha sido durísima,  sometida a tantas intervenciones quirúrgicas que es incapaz de enumerarlas. “Hasta hoy mismo estoy siendo operada. El fuego más furioso alcanzó melena, brazos, especialmente cuello, pechos, ojos. Era una antorcha”.
Un libro de su vida
Su periplo por hospitales, conocer el mundo médico,  sus miserias y sus grandezas le han animado a escribir un libro en el que vuelca su rabia y su ilusión. Su estado de ánimo es el que avanza o frena esas páginas. Ha tenido una vida dura que le ha dejado secuelas, pero está viva y sabe vivir con sus carencias.

Lo que obtenga de su venta lo destinará a la Asociación del Quemado que ha creado y cuya actividad le ilusiona. “Los quemados canarios aparte de lo que tenemos encima hay añadir que estás fuera de casa, que tu familia no puede venir, que todo es extraño, desconcertante, es un vacío terrible”. Un calvario.
Llama la atención cómo Mónica no reconoce sonidos como son los suyos. Ni su voz es voz es originaria, ni su risa, ni su respiración.
“Mi voz no es la que escuchas. Las cuerdas vocales, la garganta y el cuello fueron pasto del fuego y todo es nuevo”. Hay algo que le ha impactado mucho a Mónica. “Yo perdí todo el pelo, el fuego se lo llevó. Era lógico que fuera así pero lo sorprendente es que cuando me intervinieron del cuero cabelludo y comenzó a nacer vello era un pelo canoso, en cierta medida haciendo realidad eso de que las canas de sufrimiento existen, no sé…”.
Le encanta hablar, contar, que se conozca lo que experimentó, lo que lloró y lo que ha reído, que también ha reído mucho. La derrota no está en su ADN.
Dice que el día más feliz de su vida en el duro proceso vivido fue cuando una mañana en el hospital del Rocío de Sevilla los enfermeros llegaron a su habitación y le dijeron, “¡Dentro de media hora sale una avioneta para tu isla, date prisa que hay una plaza libre…!”. Casi desnuda, sin apenas ropa, no le dio tiempo de nada, se metió en la estafeta y de allí a la avioneta. Su madre que estaba esos días con ella no pudo volar. Lo hizo al día siguiente en un vuelo regular.
“Pese a lo apresurada que fue la partida, el regreso a casa fue felicísimo, inolvidable. Enseguida me ingresaron en el Hospital Insular de Gran Canaria y aunque con heridas cruentas y sin poder caminar, ya estaba en mi tierra, me sentía la mujer más feliz del mundo”, recordaba emocionada.
Recuerda que en esos días estaba anímicamente estupenda y la mejora general era evidente. “Al poco me dieron el alta y regresé a mi hogar, a mis olores, a mis cosas, a mi cuarto, a mis libros, a mi música. Allí me hice más valiente para afrontar otra etapa, una nueva realidad. Me esperaba un imprescindible pero duro trabajo de rehabilitación, visitas al psiquiatra y pequeños pero maravillosos encuentros con los míos”.

Mónica: “Tapé todos los espejos; no quería verme”.
Su caso ha causado tanto impacto que Antena3 ha seguido su evolución durante un año que emitirá en breve. “Me han tratado de maravilla. Ya la promoción del programa está en marcha”. Está ilusionada.
“Yo me crie en una familia pequeña pero muy unida. Elsa Santana es mi madre, Elsa Arroyo mi hermana gemela y Margarita la hermana mayor. A temprana edad y junto a mi hermana mayor comencé a trabajar en el mundo de la moda e imagen. Así transcurrió mi adolescencia combinando mis estudios con trabajos temporales de imagen. En mi juventud viví una vida apasionada y rica en vivencias hasta que me casé muy enamorada. Decidí establecerme y monté una empresa de servicios de moda y publicidad”. Como entenderán la importancia de la imagen en mi vida estaba muy acentuada ya que a nivel laboral y social era especialmente significativa”.
Nunca ha estado sola. “No vine al mundo sola, no, vine acompañada de mi hermana gemela. Las dos entramos juntas a la vida. De la mano”, dice orgullosa.
“El año de la tragedia, 2010, comenzaba para mí un periodo lleno de proyectos. Atrás dejaba diez años de un matrimonio tortuoso que me dañó mucho. Me quería encontrar con los buenos amigos y recuperar el éxito de mi empresa. Todo indicaba como digo que todo iría bien”.
“De aquel día, el 16 de enero del 2010, lo que recuerdo es despertar envuelta en llamas de los pies a la cabeza sin poder salir de aquella luz que me abrazaba. Pedí ayuda a mi amiga que permanecía inmóvil.  Todo transcurría a cámara lenta”.
Con el cuerpo devastado por el fuego, sometidas a tantas muchísima intervenciones, empecé a tomar consciencia de la gravedad de mi estado así que desde los vendajes, pasados los meses, comencé a pensar cómo estaría mi cara, mi cuerpo, mis manos, todo. Y entonces decidí tapar todos los espejos de casa, no quería verme. Le tenía miedo a las miradas ajenas y a la mía”.

Comer. “Llegó el momento de mi primera ingesta; tenía una mezcla agridulce ¿Sería capaz? Tenía el ánimo muy alto pero me preguntaba ¿y si falla…? Deseché toda idea negativa y la sustituí por “será un éxito, seguro”. Mi primera ingesta fue un poco de yogurt de fresa. Me costaba muchísimo abrir la boca porque se había encogido, cerrado un poco, tanto que una cuchara de postre no entraba. Probar el yogur fue toda una sorpresa. Había olvidado comer. Fue como una explosión de sabores fuertes entrelazados y desordenados; como si las papilas gustativas no recordaran y cada una quisiera darle un sabor diferente. También fue difícil tragar porque mi mente había olvidado el automatismo”.
Sigue contando. “Tardé un tiempo en tragar. Con positividad y mucha concentración todo salió bien. Mi primera digestión fue el comienzo de mi autonomía como paciente. Estaba muy cerca de la orilla, del lado de la vida. Una inmensa alegría invadía mi mente. Con esta técnica mental pensé que mi segunda comida sería más fácil, ya que el cuerpo comenzaba a reconocer el automatismo de la ingesta. Así lo hice con fuerza y alegría: quería firmemente cruzar con decisión el lado de la vida.
Sus días se dividían en tres turnos: mañana, tarde y noche. “El personal sanitario que iba a cuidarme en esos turnos tuvo mucho que ver en el resultado porque lo que sí averigüé es que el sistema nervioso en estos procesos tan delicados, es vital. En mi proceso de gravedad recuerdo casi todo porque mi cabeza estaba alerta.
Y así continúa.
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Hace 30 años que Canarias demanda una Unidad de Quemados
Hace nada menos que 30 años desde este periódico se planteaba la necesidad de que en Canarias existiese una Unidad de Quemados. En el tiempo transcurrido nadie ha movido un dedo. En aquella ocasión, en una entrevista que ofreció LA PROVINCIA, realizada por el compañero José Manuel Castellano al destacado cirujano canario que trabajaba en la Unidad de Quemados del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, Manuel Rodríguez de la Fe, indicaba que una unidad de este tipo no se podía improvisar pero dadas la insularidad y la lejanía de Canarias con respecto a la Península, así como la existencia de refinerías, depósitos de combustible, o el número de habitantes fijos, o población flotante, sí se justificaba la creación de una pequeña unidad regional de quemados, en la cual podrían ser tratados los casos más graves. Y cuando estos pasaran a ser “quemados intermedios”, podrían ser atendidos en el mismo hospital por el Servicio de Cirugía Plástica, que sí existe en los centros hospitalarios isleños. Hoy, además, debe contar el aumento de población que se ha originado en las islas, a los que habría que añadir los miles de turistas que en cualquier momento del año disfrutan de sus vacaciones aquí.
Como sabemos, los residentes en Canarias que sufren graves quemaduras tienen que ser trasladados a la Unidad de Quemados más cercana, que está en Sevilla. Ya de por sí, el traslado en avión es penoso, y no siempre se llega a tiempo de salvarles la vida a los afectados.
Las estancias de los pacientes son de larga duración y algunos familiares tienen que permanecer allí una larga temporada. También experimentó las consecuencias del gran incendio de La Gomera, que se produjo en 1984. Fue requerido por el Gobierno de Canarias para estudiar las instalaciones. En el Hospital de la Candelaria de Tenerife “me encontré con lo que para un arqueólogo debió ser la tumba de Ramsés II”. O sea, allí había unas instalaciones fenomenales, mobiliario y el 80 % del material necesario, que, con un poco de dinero y voluntad, hubiera supuesto su puesta en marcha. Muchos de los quemados en aquel terrible incendio (que se repitió muchos años después, aunque sin víctimas) estuvieron en Sevilla y él los atendió personalmente. De ahí que más tarde se le tributara un homenaje en aquella isla.
Con el paso de los años Canarias ha sufrido los efectos del fuego y para no remontarnos muy atrás en el tiempo hay que recordar el que se desencadenó en el hotel Cordial de Mogán o el de Mónica Arroyo la mujer que hoy en el Dominical nos relata su historia, brutal, tremenda.

FUENTE:  https://marisolayalablog.wordpress.com/2018/06/11/la-furia-del-fuego/#more-813

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