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martes, 26 de junio de 2018

POR QUÉ SE DICE “MANDAR AL CARAJO”


   Con cuantas ganas expresaríamos esta frase cuando, sentados delante de la televisión, vemos algunos de esos programas que no tienen ni pie ni cabeza ni hay por donde cogerlo pues solo escuchamos a unas mujeres y hombres vociferando como locos.
  
Es una palabra que medio en broma medio en serio se lo decimos a los niños, después de llevar media hora entretenidos, comienzan a moverse de acá para allá sin saber donde ponerse y tampoco que hacer.
  Solemos emplearla con frecuencia cuando los señores políticos y políticas nos quieren llevar a su terreno con cantos de sirena sobre todo en los meses anteriores a las elecciones. Al oír tanta perorata le damos al botón del on en la tele mientras decimos “vete pal carajo”.
  Como no podía ser menos la pronunciamos, aunque sea por lo bajini, cuando nos encontramos con el conocido de turno que nos quiere sacar hasta la cera de los oídos, eso sí con mucho disimulo, pero deseando que le contemos con pelos y señales toda nuestra vida.  
  En estas y otras muchas ocasiones usamos esta frase, unas veces como simple desahogo, y otras desde el fondo del corazón al ver o escuchar historias que no nos convencen.
Esta frase tiene dos connotaciones, por un lado es una de las mil y una manera con la que se “bautiza” el órgano masculino pero no es precisamente a esta acepción a la que me refiero, nada más lejos de mi intención.
  El carajo, aparte de esa relación sexual, era un cestillo, también conocido como el carajo la vela pequeño que se encontraba situado en el palo mayor de las embarcaciones desde la cual el vigía divisaba tierra u otras embarcaciones.
  Era un lugar poco deseado por la tripulación por lo incomodo de la ubicación, lugar alto, estrecho y que al estar tan alto se balaceba en demasía. Sin embargo para el capitán era el lugar favorito para mandar a los marineros más rebeldes que no cumplían sus obligaciones, o cometían infracciones imperdonables.
  Por ello los mandaba al carajo hasta, en ocasiones, olvidarse de ellos por un largo tiempo. Cuando el marino bajaba lo hacía más dócil que un gato de porcelana y con los humos bien bajos.
  Por lo que lo de mandarnos al carajo, no es tan malo como pensamos muchas veces, pero que tampoco tiene nada de bueno.
 María Sánchez.

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