Son las cinco de
la tarde y, como hace muchos años, se asoma a la ventana antes de salir. Cruza
la calle para, con su andar cansino, dirigirse al parque donde pasa las tardes;
piensa que de este modo el día se hace más corto y podrá irse antes a la cama.
Dobla la bolsa
con parsimonia casi milimétrica, de otra extrae una vieja novela de hojas
amarillentas que a lo lejos delatan los años que ha vivido. La mira y lee el
titulo “Una vida por un whisky” de
Marcial La Fuente Estefanía, es una de las tantas novelas que aún conserva; las
compraba cada semana religiosamente pues, según decía, nadie escribía como él.
Cae la tarde, las
sombras se van adueñando del parque; las palomas se han ido a dormir a la copa
de los árboles, los niños recogen sus juguetes y al pasar a su lado le saludan
con un “hasta mañana abuelo”
Mira su reloj con
pesimismo y tristeza, este le dice que ya debe recogerse, que ha llegado la
hora. Cierra la novela para guardarla de nuevo en su bolsa y, con paso cansino,
recorre el camino que lo lleva a su hogar. Lo recibe un silencio sepulcral,
nadie viene a su encuentro. Prepara su cena mientras escucha el contestador del
teléfono esperando la llamada de un hijo, pero, como cada día, el silencio es
la respuesta.
Después de una frugal
cena se dirige a la cama no sin antes mirar la foto de su esposa y sus hijos,
hace muchos meses que no lo visitan ni lo llaman.
Al siguiente día las
palomas se dirigen al banco para tomar su merienda, pero, esta tarde el abuelo
no llegó, los niños que se retiran a sus casas miran el banco vacío y continúan
su camino.
Han pasado tres días,
el pan acumulado en la puerta hace sospechar a la vecina que algo le ocurre a
aquel señor mayor que vivía solo y que nadie visitaba. Llama a emergencias quienes
al llegar tocan el timbre sin recibir repuesta, decidiéndose por ello abrirla a
la fuerza. Al pasar encuentran al anciano tendido en la cama con un
portarretratos entre sus brazos donde pueden verse a su esposa e hijos, unos
hijos a los que nunca olvidó pero por quienes fue olvidado.
María Sánchez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario