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lunes, 24 de febrero de 2020

Con los ojos abiertos


 Marisol Ayala.
Me ocurrió hace unos días a las 13.00 horas en el Parque Santa Catalina en Las Palmas de Gran Canaria. Yo cruzaba la calle para entrar al Centro Comercial El Muelle y de pronto me llamó la atención una mujer negra, joven, con evidentes signos de haber bebido algunas copas de más.

 Tropezó y su bono de guagua fue a caer a la carretera. La mujer, menuda y guapa, de ojos grandes, intentó recuperarlo y acabó en el asfalto.  Estábamos en una curva y corría peligro de ser atropellada. Acudí a socorrerla. Le dije que se apoyara en mi brazo, luego de recoger su bolso que estaba en el quinto pino. No podía con su cuerpo y lloraba. Supe que quería ir a la parada de guaguas, que tiene un hijo de 14 años, su nombre, el de ella y también contó que venía de trabajar en un bar donde, dijo, “hablo con hombres”.  Alterne, sospeché. Pobre chica. Apenas hablaba español. Nos sentamos en un banco esperando que mejorara su estado. Del bolso que llevaba asomaban dos billetes de 50 euros. A duras penas pude saber su dirección; después de comprobarla con un documento, algo así como un DNI, me quedé tranquila. No dejaba de llorar, estaba asustaba. Era la víctima propicia para ser agredida. En ese estado no podía dejarla sola así que paré un taxi apunté la matrícula y le dije que la llevara a su casa. Diez euros. Le ayudé con 5 euros y subió al coche descalza pero sonriente. Es curioso que en las redes algunos hayan afeado mi decisión. “Tenías que haber llamado a la policía”. Jamás llamaría a la policía para que se lleven a una mujer negra, joven, con alguna copa, en una ciudad que no conoce.
Lo que cuento ocurrió exactamente así. Una columna muy personal producto de mirar la vida con los ojos abiertos, de frente.
fuente:  https://marisolayalablog.wordpress.com/

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