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lunes, 28 de abril de 2014

COMO SE VIVÍA Y, COMO SE VIVE HOY, LA SEMANA SANTA









Autora: María Sánchez 





Viendo lo que han cambiado las cosas, nos cuesta trabajo entender las diferencias que se han ido introduciendo desde aquellas Semanas Santas que nos tocó vivir, sobre todo a los que ya tenemos unos añitos tras nuestra espalda, y las que nos han tocado vivir en la actualidad.

Ya desde el colegio nos aleccionaban como debíamos comportarnos, haciendo hincapié sobre todo, en lo que debíamos comer y  lo que no. Por mucho que la monja explicaba que lo único que no se podía comer era la carne siempre estaba la típica  niña que entendía que, como el huevo salía de la gallina,  también estaba prohibido. A la pobre monja llegaba a sacarla de sus casillas como nadie lo había hecho, terminando por dejar de darle explicaciones y dejándola como misión imposible.

Mi madre, por su parte, ponía las reglas tácitas e irrevocables que nadie se podía saltar. La primera de todas era la prohibición de cantar, salvo que fueran canciones de la iglesia y sólo hasta el miércoles, a partir de ahí y, según ella, ni los pájaros cantaban ni salían de los nidos, por lo que, nosotros humildes mortales, no podíamos soltar ni un gorgorito.

Las emisoras de televisión, que en aquella época sólo estaban la uno y la dos, no dejaban de emitir películas basadas en la pasión de Cristo, procesiones y, sólo de vez en cuando, algún programa de dibujos animados.
La radio nos hacía escuchar todo el repertorio de saetas de Juanita Reina, Antoñita Moreno o alguna otra  folklórica que tuviera unos dones especiales para este tipo cantos.

Otra prohibición, que no debía saltarse bajo ningún concepto, era que los novios se vieran durante toda la Semana Santa, y, mucho menos, ponerse a mociar. Para verse tenían que acudir a los oficios religiosos y procesiones, hacerlo fuera de estos instantes era casi un sacrilegio. Lógicamente esto era respetado a raja tabla.

Pero, tal y como dijo Don Hilarión en la conocida zarzuela La verbena de la Paloma, “los tiempos cambian que es una barbaridad” ¡y vaya si han cambiado! Para empezar los centros oficiales, maestros, políticos y algún gremio más toman vacaciones durante toda la semana, y la mayoría se va de viaje o cogen apartamento u hotel en el sur donde disfrutan de esas minis vacaciones.

La música no deja de sonar de lunes a domingo y, aquellas antiguas saetas, no la conocen nuestros jóvenes a menos que, por televisión se emitan las procesiones desde algún punto de España  donde se continúa con esta tradición. Las salas de fiesta no cierran, los restaurantes y cafeterías permanecen abiertas para uso y disfrute de los parroquianos.

Por supuesto los novios no dejan de verse y, no en misa precisamente, sino que comparten apartamento o días de playa solos o con amigos.
Las costumbres en las comidas también han cambiado y lo mismo comemos carne que pescado cuando nos apetece, salvo el Viernes Santo que, más por tradición que por devoción, se hace y come en reunión en casa o en el campo, nuestro típico sancocho de pescado salado.
Pero esto también ha dado un giro de modernidad y ya hay mucha gente que hace un asadero de chuletas, chorizos y costillas. Ante esto, probablemente, habrá quien se lleve las manos a la cabeza en un gesto de asombro.
 Particularmente me pregunto ¿Cuántas de estas personas que no comen la carne el Viernes Santo, acuden a los actos sacros de su parroquia? Me atrevería a jurar que más de la mitad no se acercará a la celebración de una misa o acompañar al Santísimo sólo un minuto.
Es por lo que digo que lo del sancocho es más por tradición que por vocación. Esta es, como digo siempre, mi opinión particular.

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