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Nunca fue una relación fácil. Un padre de carácter fuerte y un hijo que desde la adolescencia lo intentó todo para allanar el camino del afecto, pero luchar contra quien no acepta contradicción alguna es una derrota diaria.
Hace unas semanas escuché de ese hijo que la enfermedad ha dulcificado a su padre. Ni por un momento le dice lo que sería fácil “ahora me considera porque me necesita”. Y tal vez sea cierta. Ahora escucha palabras de gratitud, de cariño; un “no tardes, hijo” o un “¿te quedas esta noche conmigo?” Y se queda y lo mima y lo atiende y juega a las cartas y le lee en voz alta. No hay consulta médica a la que no acuda de su brazo, incluso cuando la cita se retrasa le anima para que vaya a tomar un café “que estarás cansado, hijo”. En ese escenario hay una mujer que observa y escucha lo que escucha sin abrir la boca. Su madre. Cuando hace dos meses lo operaron de nuevo solo quiso tener a su lado a ese hijo que nunca valoró, el que habla con los especialistas, el que traduce los diagnósticos, el que sube o baja la dosis para aliviar dolores. Parece como si de pronto se hubiera producido un enamoramiento. Y no. Se han querido siempre pero la soberbia construye muros tan altos que solo derriban la generosidad.
fuente. https://marisolayalablog.wordpress.com/
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