Tengo a la presidenta del Sindicato de Médicos de Las Palmas de Gran Canaria, Carmen Nuez, como una de las personas más sensatas que conozco. Y la conozco bien, como médico y como amiga. Sé por tanto que no es Carmen una guerrillera al uso, una revolucionaria de la bata blanca y que no tiene ningún interés en ser protagonista de nada.
De manera que conociéndola como la conozco entenderán que sus denuncias me pongan los pelos de punta. Habla de enfermos en urgencias con sueros, oxígenos o hemorragias, controlados en camillas; o de una mujer de 90 años que estuvo ocho días en el servicio o de pacientes psiquiátricos atendidos en el peor escenario posible. O que en el Negrín más de 200 enfermos oncológicos aguardan para iniciar la quimioterapia. Imaginarán que el personal sanitario está tan desbordado que anima sin tapujos a familias de pacientes para que denuncien a voz en grito la indignidad de un sistema que pone en peligro nuestras vidas.
Menos mal que a Carmen su responsabilidad le impide contar todo lo que sabe del polvorín blanco. Pueden creerme si les digo que detrás de esa mujer, dura con los políticos y tierna con los enfermos, vive una apasionada de la medicina que está viendo su cara más fea, la indignidad paseándose por los hospitales.
No ha debido ser fácil. No.
Menos mal que a Carmen su responsabilidad le impide contar todo lo que sabe del polvorín blanco. Pueden creerme si les digo que detrás de esa mujer, dura con los políticos y tierna con los enfermos, vive una apasionada de la medicina que está viendo su cara más fea, la indignidad paseándose por los hospitales.
No ha debido ser fácil. No.
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