En los Balcanes las ciudades son de humo y las piedras de ceniza. En los Balcanes las gentes son sencillas y los campos huelen a lluvia seca. En Los Balcanes las madrugadas son de espaldas y las horas no se suman. En los Balcanes la vida se enreda en una sorprendente simpleza y las cicatrices se cierran con aceite y sal.
Texto | Fotos: Javier BrandoliLa primera ciudad en la que paramos en Croacia se llamabaRovinj. Una pequeña aldea de pescadores que tenía raíces de roca y cuyas callejuelas eran estrechas y empinadas. Al final había una iglesia y desde arriba uno comprendía que de su torre de mármol colgaban aquellas casas en la que la ropa se secaba al sol en sus ventanas sin sombra. Rovinj era bellísimo, con un puerto donde descansaban las olas y unas tabernas donde se escuchaba el amanecer.
De allí descendimos al sur, entre montañas donde se plegaba la nieve, y llegamos hastaSibenik. Era de noche y en un cartel ponía que se alquilaban cuartos. Paramos pese a que las luces de la casa estaban escondidas y al llamar nos atendió Leda, una mujer de mediana edad, que se presentó con la mirada. La posada de Stari Sibenik alquilaba cuartos y ella nos ofreció tres camas por 35 euros. Luego encendió las luces de un bar sin nombre y nos preparó una sopa de pez con tinta de calamar y atún
Aquella fue una noche fascinante en la que Leda y su compañera de cocina, de nombre impronunciable, se sentaron a nuestro lado y conversaron con prudencia contándonos viejas historias. Nos hablaron de la guerra, de los tiempos en los que antes de la estúpida muerte las gentes no cabían en aquella sala, de los miedos que vaciaron todo, de un aceite que exprimían a mano y que curaba los males del estómago y del alma y de una virgen y sus milagros que habitaba no muy lejos, en Medjugorje, Bosnia.
Bancos de sal
A la mañana siguiente comenzamos trepando por las calles dePrimosten tras sufrir el fuerte viento que nos pegaba en las costillas. Tan fuerte era que las gentes se escondían en sus casas temerosas de diluirse en los bancos de sal que rodean la ciudad. Luego marchamos a la villa de Trogir, donde otra vez el pasado crecía desde el mismo mar y dibujaba un lugar al que los siglos le dejaron una impronta de realeza humilde, serena.
Y entonces tocó cruzar a Bosnia. Y allí descubrimos un puente en el que nos quedamos ya para siempre un poco, un trozo de nosotros creo que sigue por allí caminando al revés. Mostar es un fantasma que invita al viajero a su realidad imposible. Llegamos a la pensión Marshall, junto al viejo puente de piedra, y nos recibió una chica alegre, Neda, que antes de colocarnos en nuestro cuarto nos invitó a tomar unos aguardientes. Allí estaban tres jóvenes más que servían nuestros vasos sin preguntas y nos contaban con una tristeza alegre que no hay futuro ni hueco para ellos en su tierra.
Luego caminamos entre las aguas alborotadas y verdes del río Neretva, que se despeñan entre los muros de una ciudad en la que el humo hace señales. Junto a él siempre hay una taberna vieja donde unos parroquianos miran sus sombras y beben un mal vino al helador calor de una chimenea. Y luego vienen las huellas de las balas, las sombras del miedo, las historias en las que unos y otros señalan con la mirada a los demás con ya cierta pereza. Para entonces, tras la cena, Víctor, Leandro y yo éramos parte de aquella ciudad en la que los muertos gobiernan la vida.
Croacia y Montenegro
Tras Bosnia regresamos a Croacia, creemos, porque ya de nada estábamos seguros, y nos fuimos a Dubrovnik. Allí nos cansamos de mirar tanta perfecta belleza y nos dedicamos a buscar algo errado con lo que entretenernos. No lo encontramos, Dubrovnik es perfecta, y para colmo llegamos a una taberna, ya en la parte nueva, en la que había un gigante de 55 años, de nombre Nicolas, al quelos Balcanes le colgaban de su enorme papada.
Nicolas encarnaba en sus 600 kilos de peso todo lo bueno de esta tierra. Nos contaba que su mujer era bosnia, que había sido una francotiradora durante la guerra y al saber que íbamos para África nos pedía que nos la lleváramos y la arrojáramos a los leones. Luego, con la mirada tierna, nos decía en voz baja que no sabría vivir sin ella y que no hay león que fuera capaz de acabar con su dama. Y entonces Nicolas cantaba y el bar se encendía porque todos cantaban a su lado y aquellas voces son el más alegre llanto que nunca escuchamos.
Así se acabó Croacia, con aquellas voces retumbando en nuestras almas, cuando descubrimos que el mapa en esta zona no se inclinaba. Pasamos a Montenegro sin esperar nada y descubrimos quizá la más bella de todas las costas. Descubrimos la bahía de Kotor, en cuyas orillas crecen aldeas de teja y roca. Descubrimos islas en las que se sujetan iglesias y monasterios y descubrimos altas montañas donde alcanzaban las olas.
Impresionante paisaje el de ese conjunto de cosas, esa línea en el horizonte, que dicen algunos que existe y que hasta se atreven a ponerle nombre. Yo sé sin embargo que los Balcanes no existen,que aquellos días los inventé, que las piedras no cantan ni las noches hacen prosa.
- HOJA DE RUTA TRIESTE-BUDVA
- Kilómetros: 900 kilómetros.
- Paradas: Sibenik / Mostar / Dubrovnik / Budva.
- Dificultades: Ninguna. Sólo es necesario verificar que la Carta Verde del vehículo cubre estos países. El inglés y el italiano son comunes en zonas turísticas.
- Gastos: la gasolina es más barata que en España. Los hostales-pensiones, entre 10 y 20 euros por persona. Peajes baratos.
- FUENTE : http://www.ocholeguas.com/
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