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domingo, 17 de mayo de 2020

Paisaje de pandemia

 Marisol Ayala.
Cada tarde sale a su balcón grande y novelero y ahí lo veo caminando de pared a pared, unos quince metros que recorre decenas y decenas de veces. Hace unas semanas adaptó su look al frío que debe hacer en su balcón esquinado y de piso alto.

 Se ha hecho con un pasamontaña que le cubre cara y cuello; una pequeña abertura le permite ver y beber. Debe vivir solo con el perro que hace exactamente el mismo recorrido que su dueño. Así combate la soledad o eso intuyo; no todo el mundo sabe disfrutar de la soledad, algo fácil cuando tienes la certeza de que una llamada convertiría la casa en un centro de acogida. Tengo amigas que desde sus casas, alejadas de la mía, nos vigilamos de tal manera que se enfadan cuando anuncio que bajaré a comprar la prensa. Ya soy mayor y nadie me quiere más que yo. Por cierto, hace unos días me dediqué a chequear la zona de Triana y alrededores. La soledad. La cosa es que en algunos escondrijos que he transitado otras veces estaban las y los de siempre. Amigos buscando arrope. Un patio trasero con un bidón con cervezas a las que accedes dejando dos euros en una jabonera y tirando de una soga te saca el botellín a flote. No música, no bulla, que no toda la vecindad está en el mismo rollo. Ese día en la caminata llegué a la Avenida Marítima a La Provincia. Toqué para ir al baño. Entré saludé a la compañera de seguridad que vive con terror la pandemia a pesar de disponer de mascarillas, guantes, gel higienizante, pero cada cual defiende sus miedos como puede. El edificio está vacío. Ella es la única persona que lo habitaba ese día. Atravieso la redacción y reparo que es la primera vez en mi vida que hago el trayecto con una redacción fantasma, sin vida.
fuente:  https://marisolayalablog.wordpress.com/

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