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sábado, 10 de agosto de 2013

Un arquitecto en el paro, obligado a vivir bajo el puente que él mismo diseñó


“Lo más jodido de dormir aquí es que no dejo de verle defectos al puente. Ahora lo haría de otra manera”, explica Ricardo Bravo, arquitecto e ingeniero en el paro cuya ruina económica le obliga a vivir bajo el puente que él mismo diseñó hace seis años, poco antes de que estallara la burbuja inmobiliaria.

Ubicado en la autovía C-17 que une Barcelona y Ripoll, este puente de hormigón es el único refugio en el que puede resguardarse de las inclemencias sintiéndose en su casa. “Hay otros puentes mejores y más aislados, pero este al menos es mío”, dice el arquitecto.
Bravo ha tenido que ganarse a pulso su derecho a pernoctar en este espacio. “Vinieron dos mendigos de Torelló dispuestos a echarme. Les enseñé los planos del proyecto, firmados por mí y con el sello oficial del ayuntamiento, pero me los quitaron y los usaron para envolver el bocadillo. Al final nos dimos varias patadas y, como estaban muy borrachos, se fueron dando tumbos”, explica.
Desde entonces, cuando algún transeúnte pasa por encima de su puente, él no tarda en reivindicar su autoría. “No es por hacerme el chulo, pero ese puente lo hice yo”, aclara a cualquiera que se acerque por allí. “A veces sonríen y siguen caminando y otras veces me insultan y me tiran piedras. Va como va”, reconoce.
También discute con los jóvenes que ocasionalmente acuden para estampar sus grafitis en las paredes del puente. “Ahora ya me conformo con que lo pinten cuando yo no estoy. Que lo hagan delante de mis narices me parece una falta de respeto a mi trabajo y a toda la profesión”, declara.
El arquitecto considera que su trayectoria es “un ejemplo de que la arquitectura tiene que estar al servicio de las personas. Se puede vivir en la miseria de forma ecosostenible, en espacios acogedores que de alguna manera reflejen la personalidad del miserable que ha ido a parar a ellos”.
Si volviera a empezar, Ricardo se dedicaría a proyectar sitios en los que caerse muerto. “Cada vez hay más demanda”, insiste.
Lamentablemente, la profesión está muy saturada y hay pocas opciones de realización profesional: “Los mejores proyectos se los encargan a tres o cuatro. Y en la calle pasa lo mismo: cuatro desgraciados con enchufe se reparten los mejores sitios para dormir mientras los demás tenemos que ir trampeando”.
De momento, Ricardo pasa los días buscando comida y trabajando en el diseño de una pista de pádel anexa al puente para cuando vuelvan los buenos tiempos.

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