ML. González (*)
Rebelión
“El verdadero ser humano no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber”.
José Martí
Aquellas fotos parecían magnetizar a quienes se acercaban a verlas. Cada jornada era casi un ritual, en el que más que ir a una exposición, quienes llegaban para quedarse en la sala conversaban de cerca con el hombre que aparecía retratado de pie, sentado, acusador, preocupado o sonriente.
Un día tras otro, hasta 15, hombres, mujeres, jóvenes e, incluso, niños acudieron como en un acto solemne a saludar, más que a ver, a reivindicar más que a conocer, al nombre con mayúsculas sublimes de la Revolución Cubana. Fidel es Fidel, la muestra fotográfica de Roberto Chile, fue en Las Palmas un revulsivo, una especie de catarsis purificadora en la que gentes de lugares distantes y dispares encontraban, en los planos captados del revolucionario, algo así como la afirmación de sus propias vidas.
En la isla redonda del archipiélago canario, a Fidel, cabría decirlo así, lo venían a buscar.
Algunos porque, por inercia, nunca dijeron que lo admiraban; otros, al contrario, porque habían crecido mirándose en él y aprovechaban la oportunidad, esta vez, de mirarlo a él. De cerca, con sus manos ya ajadas, su barba ligera, su mirada directa y la moral intacta, Fidel saltaba de los marcos verde olivo y tocaba a la rebeldía de cada uno y cada una, unas veces dormida, otras callada; a veces, palpitante y gritona.
Con vaqueros y chanclas, o de lino y sandalias finas, desde aquellas paredes muy blancas, Fidel llamó de nuevo a la unidad, llamó a superar barreras fatuas, llamó a que todos hablaran de la Revolución como espejo nítido en que proyectar el futuro. Y lo logró.
Aquellas fotos, de un Fidel aún vivo, cobran hoy especial fuerza. Son la memoria salvadora del hombre que vive multiplicado en su pueblo, pero nunca asumible por el enemigo de los pueblos.
Fidel, estudiante, abogado, guerrillero, comunista, dirigente de la solidaridad, amigo, soldado antiimperialista, lector indoblegable, hermano, padre, compañero, luchador invencible, cubano antes que nada, pero después angoleño, boliviano, saharaui, palestino, venezolano, “Necio” irredento... (2), ejemplo inabarcable.
Algunos momentos de esos días se me antojan como un homenaje íntimo del pueblo canario al comandante, ese pueblo que ya salió a las calles mojadas y se empapó para despedirlo. (3)
Entre todas, hay una especial, la de la militante republicana de la que pude atrapar el instante en que levantó el puño para adentrarse en el espacio tomado por Fidel.
Con la sonrisa amplia, diáfana, casi iluminada, Micaela dijo claro y en alto: “aquí no podía entrar de otra manera”.
Fue su forma de rendirle honores a Fidel y, en este último día de noviembre, mes fraguado al pulso del Granma, cuando el mundo entero se resume en una plaza de La Habana y Fidel parte a ocupar de nuevo Santiago, ese puño apretado y firme, como diría el poeta, me sirve.... pero no solo eso, creo más;
creo que nos sirve. (4)
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