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martes, 29 de diciembre de 2015

La sociedad civil, la justicia y la tragedia del vuelo JK5022


Cuando las palabras no mejoran el silencio, lo mejor es callarse”. Es lo que he hecho ante algunos medios de comunicación que han llamado para que valore la decisión del TEDH de inadmitir la demanda presentada por la AVJK5022 en marzo de 2014. ¿Qué decir cuando las palabras suenan tan huecas como las que profirieron los responsables políticos el 20 de agosto de 2008 y siguientes sobre la tragedia del vuelo JK5022?
Las familias de las 172 personas que aquel triste y frío día de agosto se subieron en Madrid al MD-82 con la intención de llegar a Gran Canaria, hemos sufrido durante más de siete años todo tipo de situaciones emocionales y personales. De entre ellas, un grupo decidió que había que unirse para defender conjuntamente a los nuestros pero también para saber por qué murieron: nada podía ser peor que haberlos perdido de forma tan dramática.
Y de la sociedad civil comprometida con los valores que parecen haberse olvidado, se formó la Asociación de Afectados del Vuelo JK5022, que se ha mantenido firme y serena a pesar de las muchas dificultades a las que se ha enfrentado en estos 2.673 días que han transcurrido desde aquel maldito 20 de agosto. Nos unió la catástrofe aérea más grave de los últimos 36 años en España forzadamente pero también no cejar en el empeño de lograr justicia y verdad.
Llegué a la Asociación a finales de septiembre de 2009 en momentos muy difíciles y casi sin querer me encontré en mayo de 2010 presidiéndola: no había recambio y era comprometerse o mirar para otro lado. Durante los más de 13 meses que pasaron hasta ese momento, no quise saber nada de uniones ni tampoco de luchas, presentía que era una guerra perdida ¿cómo íbamos a lograr justicia y verdad, con todo, absolutamente todo en contra?: 1º) Las propias familias, divididas por consejos interesados de los que creían estar en posesión de la verdad. 2º) Los determinantes intereses que se mueven alrededor de una catástrofe aérea, donde sobresalen los instintos más bajos: demasiado en juego como para perder oportunidades de enriquecerse materialmente un poco más. 3º) Los posibles responsables trabajando rápidamente en cómo ocultar sus negligencias. 4º) El Estado asistiendo en primera fila al dolor de sus ciudadanos sin ni siquiera pensar en cómo resarcirles de tanto daño causado. 5º) Los demás medios de comunicación que pasan de rellenar horas y páginas enteras al olvido más absoluto de nuevas evidencias, aseguradora que lenta pero inexorablemente va destruyendo las fuerzas de las familias, el sector que considera una lástima lo ocurrido pero que se ocupa de pasar página a la misma velocidad que los aviones, los profesionales que cuando ven que las víctimas no desisten de lograr justicia y verdad a pesar de los años, dan una piedad que no sienten y finalmente, la sociedad, de donde nos eligieron, en contra de nuestra voluntad, por partida doble: para ver cómo mueren los nuestros y para vagar errantes por el desierto social de la desidia, la miseria y la compasión el resto de nuestras vidas.
Pero en este camino ha habido una gran diferencia entre los que opinan sin hacer nada y los que nos hemos dejado parte de nuestra vida en esta insufrible batalla: lo hemos intentado por encima de nuestras fuerzas sin rendirnos nunca a pesar de las durísimas derrotas judiciales padecidas, de hecho, ni una sola vez la justicia -ciega, sorda y muda, pero también rancia y descompuesta- estuvo de nuestro lado, cómo iba a estarlo si se está más confortable al lado del poderoso que pasando las penalidades del débil.
Somos la sociedad civil, no nos escondimos ante la vergüenza y la ignominia que suponía vivir como si 154 personas no hubieran fallecido y tampoco 18 se hubieran lesionado, no hemos cesado de creer que era posible encontrar ese oasis de paz donde viven la justicia y la verdad. No lo hemos logrado, la justicia es un enemigo rocoso para el ciudadano, pero estamos convencidos de que esta cruel batalla nos ha dignificado en la misma proporción que ha desacreditado y envilecido a un sistema judicial en el que ya casi nadie cree y que tiene tal enfermedad incurable que lo llevará a la tumba. “En algún lugar… siempre en nuestros corazones”: siempre estarán ahí y nunca nos lo podrán quitar, por mucho que lo hayan intentado o intenten.

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