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miércoles, 31 de octubre de 2018

El primer brote


Un grupo de granjeros chinos protestan por las calles de Hong Kong para pedir más compensaciones por las pérdidas causadas por la gripe aviar, en enero de 1997.
En abril de 1997, un niño de tres años de Hong Kong llamado Lam Hoi-ka llegó a la escuela y descubrió que su clase había sido tomada por un grupo de visitantes inesperados. Era una escena que se repetía en escuelas primarias de todo el mundo: un cacareo de polluelos apiñados como pequeñas bolas de pelusa bajo una lámpara de calor en el rincón de los animales. A medida que se llamaba a los niños por su nombre, cogían los pájaros y los acunaban. Luego, de uno en uno, los polluelos empezaron a morir. Pronto el gallinero quedó vacío.

Unos días después, el 9 de mayo de 1997, Lam Hoi-ka cayó enfermo. El médico dijo a sus padres que no había nada de qué preocuparse: era una fiebre común que seguramente pasaría en unos días. Sin embargo, cinco días más tarde todavía no había remitido. Lam Hoi-ka ingresó en el hospital Queen Elizabeth de Kowloon. Allí los síntomas se intensificaron hasta que el niño dejó de responder. Lo intubaron para ayudarle a respirar, pero, una semana después de llegar al hospital, murió. Sus pulmones, hígado y riñones habían fallado en una rápida secuencia como resultado de una "coagulopatía intravascular diseminada", una afección que hace que la sangre del cuerpo se cuaje como la leche.
Ese mismo mes, el doctor Keiji Fukuda, exjefe de epidemiología de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Atlanta (CDC, el centro de referencia de EE UU en materia de salud pública), se encontraba en San Francisco cuando le sonó el teléfono. Durante unos momentos, Fukuda no entendía por qué su colega le hablaba de la muerte de un niño a medio mundo de distancia. Después de todo, la gripe estacional mata a cientos de miles de personas cada año. Pronto se dio cuenta de la gravedad de la situación. Mientras estaba vivo, las enfermeras habían tomado muestras de saliva de la garganta de Lam Hoi-ka. Las pruebas dieron positivo en gripe, pero negativo en todas las cepas humanas conocidas. Esto era nuevo.
Intrigado por los resultados, el virólogo jefe de Hong Kong, el Dr. W. L. Lim, envió las muestras a una gran cantidad de laboratorios de todo el mundo. Un grupo de científicos holandeses fue el primero en identificar la cepa: un virus llamado H5, del que hasta el momento solo se sabía que infectaba a aves de corral y silvestres. "No se tenía constancia de que ningún ser humano se hubiera contagiado con el virus H5", recuerda Fukuda. "Lo primero que pensé fue que debía de tratarse de contaminación proveniente de un laboratorio, no de algo que había sucedido en la naturaleza".
De hecho, esta cepa de la gripe aviar en particular había estado haciendo estragos en la población de aves de Hong King durante varios meses. Los primeros pollos murieron en una granja cerca del pueblo de Yuen Long. La infección se extendió rápidamente a una segunda granja, luego a una tercera, con horribles resultados. Un granjero recuerda cómo sus aves sufrían convulsiones mientras les salía saliva espesa del pico. Las carúnculas de otras aves se volvieron verdes o negras, los pollos parecían zombis con plumas. Algunas gallinas empezaron a poner huevos sin cáscara. Otras cayeron muertas en el lugar, asfixiadas por coágulos de sangre que se les habían alojado en la tráquea. En el momento de la muerte de Lam Hoi-ka habían muerto casi 7.000 aves. Había sucedido, como dijo Fukuda, no en el laboratorio, sino en la naturaleza.
En Hong Kong, Fukuda y su equipo concluyeron rápidamente que el virus, ahora llamado H5N1, no se había filtrado accidentalmente de un laboratorio, sino que representaba el primer caso de contagio de un virus H5 entre un ave y un humano. El pánico estalló entre los expertos. "Teníamos el dogma de que existía una barrera extremadamente alta entre el huésped y la especie que impedía que los virus de la gripe aviar infectaran a los humanos y viceversa", me dijo Nancy Cox, directora de la división de gripe de los CDC en ese momento. "Tuvimos que deshacernos de esas ideas, una por una. Esta situación era nueva".
Las primeras pruebas demostraron que este virus de la gripe aviar era mil veces más infeccioso que las cepas conocidas de la gripe humana. Su tasa de mortalidad era de alrededor del sesenta por ciento. Robert G. Webster, autor del Textbook of Influenza [manual de la gripe], empezó a estudiar la gripe aviar cuando, durante un paseo por la playa, notó una gran cantidad de aves muertas a lo largo de la costa y se preguntó si podría haber un vínculo entre la gripe aviar y la gripe humana. Describió al virus H5 y a su primo, el H7, como "esos cabrones asquerosos".
El equipo de Fukuda visitó la escuela de Lam Hoi-ka y recogió muestras del suelo donde habían estado los polluelos que habían muerto. Pero las pruebas no fueron concluyentes. "Simplemente no pudimos averiguar cómo el niño se había infectado", dice Fukuda. Empezaron a recoger muestras de sangre de otros niños en la región hongkonesa de Nuevos Territorios a la desesperada, reuniendo más de 2.000 muestras en total, para descubrir si Lam Hoi-ka había sido el paciente cero de una pandemia emergente. "Ciertos análisis de sangre sugirieron la posibilidad de que algunas personas se hubiesen infectado anteriormente, pero eran muy pocas", dijo Fukuda.

Una de las nueve personas en cuya sangre se encontraron anticuerpos del H5N1 era un médico que había tratado a Lam Hoi-ka y que recordó que una vez le había limpiado las lágrimas al niño. Fukuda y su equipo regresaron a Estados Unidos con la esperanza de que el peligro hubiese pasado. Era como si, tal y como dijo más tarde, la raza humana hubiera esquivado una bala.
¿La había esquivado? En noviembre, Lim envió un correo electrónico a los CDC. El hospital, escribió, había detectado una segunda infección: un niño de dos años de Kennedy Town, en el noroeste de la isla de Hong Kong. Pero esta vez se extendió a otros pacientes. Once días después, el 17 de noviembre, un hombre de 37 años de Kowloon cayó enfermo. Luego, el 20 de noviembre, una niña de Ma On Shan. A finales de año, se habían infectado 18 personas en Hong Kong. Seis habían muerto. "Cuando investigamos el primer caso, estábamos convencidos de que era una excepción", me dijo Fukuda. "Pero ahora teníamos cada vez más miedo de que estuviera fuera de control".
Anticipando lo peor, las autoridades de Hong Kong decidieron tomar cartas en el asunto: ordenaron el sacrificio de todos los pollos de Hong Kong, más de 1,5 millones de aves.
Las aves son tranquilizadoras. El coro del amanecer proclama la promesa de un nuevo día. La paloma, con su ramita en el pico, le anunció a Noé el final de su exilio. Los antiguos arúspices afirmaban poder adivinar el futuro basándose en las entrañas de los pájaros, como si llevaran dentro de sus cuerpos la clave de nuestro destino. La imagen del canario en la mina de carbón, dando su vida para advertirnos de la concentración de gases, sigue siendo poderosa.
Otras veces, sin embargo, la imagen del pájaro benévolo se ha convertido en justo lo contrario. Como castigo de los dioses, cada día un águila picoteaba el hígado de Prometeo. En la narración de 1952 de Daphne Du Maurier Los pájaros, popularizada por la película homónima de Alfred Hitchcock en 1963, la novelista se hizo la pregunta: ¿y si los pájaros se volvieran contra nosotros? ¿Y si, de hecho, los pájaros no trajeran un futuro de generosidad en su vientre, sino un futuro de aniquilación?
 
La gripe aviar, como se la llamó poco después de su identificación en 1878, no ha confirmado, ni siquiera en sus más recientes cepas de Hong Kong, la amenaza prevista en estas historias. Desde 1997, menos de 500 personas han muerto como resultado de la gripe aviar: una pequeña fracción del número que murió como resultado del brote de ébola de 2014, o de las 35.000 o más personas que mueren cada año en Estados Unidos por la gripe estacional (llamada "influenza" en el siglo XVIII por los italianos, que atribuyeron la enfermedad a la influencia de las estrellas). Sin embargo, el virus H5N1 y su pareja más reciente y letal, el H7N9, siguen siendo objeto de intenso estudio en universidades y laboratorios de todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud sigue de cerca los nuevos casos de infección y los Gobiernos trabajan para alcanzar acuerdos sobre cómo lidiar con una pandemia de gripe aviar.
Vivimos en un período que a menudo parece presididido por una ansiedad existencial sin precedentes. La humanidad nunca había experimentado tanta paz y prosperidad y sin embargo se nos bombardea con artículos de científicos, investigadores, políticos y periodistas sobre las inminentes crisis a las que nos enfrentamos. A veces, el llamado periodismo de desastres puede ser percibido como una extensión de la ficción apocalíptica, de esa interminable lista de películas, videojuegos y novelas que reflexionan sobre cómo será el fin del mundo.
Al mismo tiempo, el panorama político se ha vuelto cada vez más caótico, con países que inician políticas aislacionistas que no pueden sino socavar los esfuerzos internacionales para fomentar la colaboración. Peo si se habla con los expertos, la mayoría cree que no se trata de "si" el mundo se va a encontrar inmerso en una pandemia mortal, sino de "cuándo". Según el Instituto de Medicina de la Academia Nacional de Ciencias, una pandemia no solo es inevitable, sino que ya debería haber ocurrido.
Dos décadas después de la muerte de Lam Hoi-ka solo se puede responder cómo abordaremos las secuelas y las consecuencias de las pandemias si examinamos los sistemas, los planes, los acuerdos, las dosis de vacunas que existen en la actualidad. Pero no es suficiente, dicen los expertos. "El mundo no está en absoluto preparado para controlar o gestionar una gran pandemia", me dijo Irwin Redlener, director del Centro Nacional para la Preparación ante Desastres de la Universidad de Columbia. "Todavía no disponemos de la cantidad suficiente de vacunas para detener una pandemia y las innovaciones científicas más importantes aún están a años de distancia".
La humanidad y el mundo que habitamos pueden encontrarse ante una serie de desastres en el futuro próximo, pero para Fukuda la cuestión de si la gripe aviar se encuentra entre ellos está completamente resuelta. "Para las personas que trabajan en la gripe día y noche, la preocupación sobre la gripe aviar continúa siendo extremadamente importante", dijo. "Algunas personas han intentado argumentar que, debido a que el H5N1 no ha evolucionado para volverse más mortal o transmisible, es poco probable que ocurra en el futuro. Pero la historia no presenta ninguna garantía al respecto. ¿Por qué la gripe aviar no puede evolucionar para volverse más transmisible, más letal, en los próximos años? No estamos suficientemente preparados", explica.
Por tanto, es legítimo preguntarse qué sucedería en ese caso y no tenemos que basarnos en la especulación para responder. Casi guardamos memoria de la pandemia de gripe de 1918, un brote que mató a 50 millones de personas en pocos meses. La gripe española, como se la llamó equivocadamente, tenía una tasa de mortalidad de entre el dos y el tres por ciento. Y también comenzó con los pájaros.
fuente:  http://esmateria.com/

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