En la salud y en la enfermedad. Especialmente en
la enfermedad. El matrimonio es una de las instituciones humanas que, por mucho
que mantengan lo contrario los desencantados con la misma, tienen más sentido
de cara a la preservación y seguridad del ser humano. No sólo permite un
entramado en principio ideal para el crecimiento y desarrollo de los
descendientes de la relación, sino que las parejas humanas garantizan que ambos miembros de la
relación se cuidarán mutuamente (o,
al menos, eso se espera). Por eso, la mayor parte de la bibliografía científica
centrada en las repercusiones que el matrimonio tiene en nuestra salud por lo
general ha hecho hincapié en el gran número de ventajas del que este goza.
Sin embargo, una reciente investigación
publicada en el Journal of
Health and Social Behavior amenaza
con contradecir todas las nociones que teníamos hasta la fecha, y que señalaban
que estar casado era positivo en todos los casos. Por primera vez, un grupo de
investigadores de la
Universidad de Ohio, encabezados por el profesor de
sociología Hui Zheng,
matiza tal idea y señala que, en principio, el matrimonio es bueno para la
salud. Pero siempre y cuando
esta sea buena. Cuando nuestro estado de forma empieza a declinar, quizá
estar casado no sea la mejor opción, por sorprendente que pueda parecer.
No se puede negar que la muestra con la que los
científicos americanos han trabajado es abundante: nada menos que 789.000
pacientes cuyos datos habían sido recogidos en la encuesta americana sobre
Salud Nacional entre los años 1986 y 2004. El grupo de investigadores cruzó los
datos de las distintas entrevistas con el historial clínico de los analizados,
de manera que desentrañaron de qué manera su situación personal influía en su
estado de salud. Y se encontraron con que, efectivamente, las personas casadas
afrontaban mejor una emergencia cuando su salud general era buena. En concreto, los solteros que manifestaban un
estado de salud excelente tenían un 75% más de probabilidades de morir que aquellos que, en su misma
situación, estaban casados. Un porcentaje que se encontraba en el 58% entre los
separados, en el 62% entre los divorciados y hasta un 93% entre los viudos.
La explicación ha sido repetida en multitud de
ocasiones: ante una emergencia como un ataque al corazón u otro tipo de
dolencias que requieren una rápida visita a urgencias, los solteros suelen
esperar mucho más tiempo antes de acudir al médico, mientras que la insistencia
de la pareja suele ayudar a los casados a buscar ayuda con mucha más
antelación, lo que, en muchos casos, supone
la diferencia entre la vida y la muerte. Como señala Zheng, estar casado
también “anima a la gente a mantener comportamientos saludables, a sentir un
propósito en la vida y a gozar de un mayor apoyo social”. Pero, ¿qué ocurre
cuando la salud comienza a deteriorarse?
Hasta que la enfermedad nos separe
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