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martes, 24 de febrero de 2015

Vanidad







ELISA R. COURT
Los primeros astronautas que viajaron a la Luna se sintieron impactados por la salida de la Tierra en un cielo nocturno. Lo cuenta Julian Barnes en su libro Niveles de vida, donde transcribe unas declaraciones de William Anders. La áspera, destartalada y aburrida superficie lunar, dice este astronauta, contrastaba con el colorido, la delicadeza y la hermosura de su planeta. A mucha gente le sorprendió, añade, que hubieran recorrido 386.000 kilómetros para ver la Luna. Lo realmente alucinante era, sin embargo, contemplar la Tierra.
Mirarse a sí mismo desde tan lejos es, sin lugar a dudas, una experiencia inolvidable. Puede suponer, además, un baño de humildad. Me pregunto si observarnos a esa distancia abismal nos vuelve menos ruines, más nobles. Conlleva, en cierto modo, un cambio de mirada. Lo subjetivo se convierte de pronto en objetivo. O, al menos, queda reducido a sus proporciones relativas. Con otras palabras, se desplaza el foco de atención del sujeto, habituado como está a centrarlo en la propia vida, cuando no en el propio ombligo. La Tierra se mueve, siguiendo su curso, al margen de las mezquindades.
Alejarse de la Tierra les provocaba también a los aeronautas del siglo anterior al de Anders un sentimiento de inusitada felicidad. Aunque supeditados a los antojos del viento y clima, se sentían libres ascendiendo en el aire con su globo aerostático. De ellos habla asimismo Julian Barnes. En el universo de las nubes no estaban al alcance de ninguna fuerza humana, ni poder maligno alguno. Arriba se desvanecían las cuitas, los remordimientos, las aversiones. “Con qué facilidad se disipan la indiferencia, el desprecio, la desmemoria… y surge el perdón”, proclama uno de los aeronautas. Tenían un concepto moral o espiritual de la altura.
No hace falta, de todas formas, viajar a la Luna o en globo para distanciarse de las miserias humanas. Tampoco para mirarnos desde fuera. A ras del suelo es capaz de elevarse nuestra conciencia en su espacio natural de libertad y concebir nuevas versiones de lo real. No parece una tarea fácil, desde luego. Formar parte de la medianía, como cualquier costumbre, ensordece. Pero el ser humano es experto en acostumbrarse hasta a no estar acostumbrado.
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