Hacia muchos año que conocía a su vecina, una señora mayor que podía ser su madre. Desde el primer momento en que llegó a vivir a aquel edificio Lolita, que así se llamaba, fue la primera persona con la que trabó amistad de una manera tan peculiar como simpática.
Por casualidad subieron juntas en el ascensor, después del correspondiente saludo, cada una se colocó en una esquina. Todo iba bien hasta que notaron un brusco frenazo, el ascensor se había parado en seco, se miraron, y Lolita, sin poderlo remediar se abrazo a la joven buscando protección. Pilar le pasó la mano por los hombros para tranquilizarla y así estuvieron hasta que aquel artefacto se puso en marcha de nuevo.
La señora pidió disculpas a la joven quien le devolvió una sonrisa a la vez que le decía el clásico “no se preocupe”. Las dos bajaron en el mismo piso y cada una se dirigió a su casa. Desde aquel momento nació entre ellas una fiel amistad. La joven la visitaba cada día preocupándose por su salud. Un día su querida vecina se encontraba mal y la trasladaron al hospital, desgraciadamente falleció a los pocos días. Para Pilar fue un gran dolor la perdida de su querida vecina. A los pocos días la llamaron por teléfono para que se presentara en la oficina del notario, sorprendida y preocupada acudió al lugar donde le leyeron la última voluntad de la señora, ésta la había dejado heredera de todos sus bines. Pilar solo decía “todo lo hice por cariño y volvería a hacerlo”
Mary Almenara
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