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Hace unos días estuve en La Palma. Ojalá que la especulación no active nunca la piqueta en esa preciosidad. Ojalá. Hacía seis años que no iba y me volvió a enamorar. La Palma es como ese chiquillaje adolescente al que recuerdas con simpatía.
Estaba tan intrigada que una vez hechas las presentaciones y tener claro quienes llevaban la vara de mando, dos mujeres mayores, 72 años, pregunté ya en la mesa. “¿Qué hago yo aquí?, ¿para qué me quieren?”, preguntas mágicas que activaron a borbotones sus mentes, sus lenguas, sus manos, todo. “Queremos que escriba la historia de la familia, pero la historia de verdad, no la que nos hemos han inventado…”. Esperaba todo menos eso, es decir, hijos que no son hijos legítimos, hermanos que tampoco lo son, padres de hijos y sobrinos a la vez.
Escuchando lo que escuchaba no sabía dónde fijar la mirada así que saqué la pluma y me dediqué a hacer trazos en un folio. Aquello era un rebotallo de familia. No entendía nada, pero había una bala en la recámara y la dispararon: “Queremos que la cuente desde los bisabuelos hasta hoy, que cada uno sepa lo que lleva a la espalda, su herencia. De donde viene y a donde van. Los viejos quieren morir en paz; que todos conozcan una verdad, tal vez hasta delictiva, que se silenció durante años. Daba miedo”.
Gran culebrón, pero ¿para qué publicarlo?
No sé…
FUENTE: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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