María Sánchez
Si don Quijote levantara la cabeza se asombraría al ver que aquellos molinos, que él confundió con enemigos, han ido desapareciendo volvería a morir entre las hojas de aquel maravilloso libro escrito por Don Miguel de Cervantes.
Los molinos de agua, que tanto abundaban por nuestra geografía española prácticamente han desaparecido o han sido sustituidos por otros más modernos movidos con motores eléctricos.
Es bien cierto que el agua es un elemento que escasea cada vez más, máxime en nuestras islas Canarias, donde se ha tenido que recurrir a las desaladoras para abastecer de este líquido tan necesario.
Hago mención, una vez más, a mis años vividos en Agüimes donde recuerdo dos molinos que, en aquella época fueron muy importantes, uno de ellos era el de Ananias que estaba situado por la zona de La Vegueta. Allí me mandaba mi tía para comprar, no sólo el gofio, sino también el millo partido con el que hacia el rico frangollo.
El otro molino del que dispone la Villa es el conocido por el de Lolita, éste se encuentra a la entrada del conocido Barranco de Guayadeque, donde se reúnen los jóvenes en la fiesta de la “Traía del gofio” que año tras año va tomando más auge por toda la isla.
En los años de los que hablo, los molineros vivían de las moliendas, pues de todos los municipios cercanos, llegaban los labradores con el grano para ser molido y extraer de él nuestro exquisito gofio.
Pero sepamos el por qué de la frase. La maquila, era la parte del grano que se le dejaba al molinero, unas veces como único pago, dependiendo del poder económico del cliente, o como añadido a éste. Si el molino no trabajaba el molinero ganaba menos y, por su puesto dejaba de recibir la maquila.
Los pocos molineros que aún quedan, deben buscarse la vida por otra vía ya que el molino no deja maquila.
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