Acceder al edificio de la Embajada española en Bagdad es entrar en un laberinto de calles, muros, alambradas y puestos de control, que sirven para blindar la sede diplomática española de los más que posibles ataques cotidianos en el convulso Iraq. La fisonomía del edificio, levantado en el que una vez fue el elegante barrio diplomático de la capital iraquí, Al Mansur, ha cambiado tanto, en sus alrededores, que es imposible, desde el exterior, reconocer la hermosa casa que acoge la representación de España en Iraq. Proteger esa pequeña geografía de hormigón y tensión latente es la tarea del grupo de hombres, miembros del Grupo Especial de Operaciones (GEO), destacados en Bagdad.
Alfredo, Javi o Jose apenas rebasan la treintena pero, a estas alturas de la película iraquí, la profesionalidad que cargan, en sus trabajadas espaldas de gimnasio, está más que demostrada. Sus horas se distribuyen entre el nervio a flor de piel, que se impone cada vez que tienen que hacer una salida al exterior, y el tedioso paso del tiempo, recluidos dentro del fortín español.
“Lo peor es la falta de libertad”, dice Alfredo, “saber que no puedes dar un paseo, ni tomar una copa, ni salir, ni ver nada”. Lo mejor, dicen todos, el compañerismo a prueba de bomba que hace que este grupo de agentes conviva veinticuatro horas al día en situaciones de tensión, de aburrimiento o de tensa espera con el mismo buen espíritu.
La casa que comparten tiene más aspecto de colegio mayor que de residencia de cuerpo de elite. Se trata de un edificio, anexo a la Embajada, levantado recientemente para hacer más llevadera la estancia de estos policías en un lugar tan complicado como Iraq.
El satélite les permite sintonizar algún canal de televisión español y los ordenadores mantener una convivencia diaria con padres, madres, hermanos, novias o amigos, que les esperan inquietos al otro lado. La bandera de España, con el escudo del GEO, preside el salón en el que pasan buena parte de su tiempo de ocio, la decoración la completan las originales fotos que deja cada ornada de agentes que pasa por aquí.
Su estancia en Iraq no se alarga más de dos o tres meses pero, para ellos y sobre todo para sus familias, el trago es duro. “Mi familia se cree que estoy en Jordania”, dice Carlos con acento andaluz, “prefiero que no sufran y que no sepan que estoy en un lugar tan peligroso”.
Miedo no, respeto
Viven en una ciudad donde la violencia es una de las pocas rutinas; los coches bomba, los francotiradores o los tiroteos dibujan el paisaje diario de Bagdad, pero la mayoría de estos jóvenes policías asegura no tener miedo “Miedo no, llamémosle respeto a la situación que hay en el país”, explica Javi. “No puedes ponerte a pensar que te va a ocurrir algo sino no vivirías ni podrías hacer este trabajo”.
Decenas de cámaras de seguridad ven pasar la vida más allá de las fronteras de la Embajada española, son las únicas ventanas, a través de las cuales los geo pueden mirar lo que sucede fuera, un paisaje en blanco y negro que siempre genera desconfianza.
La sala de control de cámaras está activa 24 horas al día y siempre hay dos hombres vigilando. En los últimos meses tres empleados iraquíes de la Embajada han sido asesinados. “La violencia ya no sólo nos afecta porque se viva fuera sino que también la sufrimos nosotros aquí dentro, directamente”, el embajador Ignacio Rupérez se estremece al recordar como dos empleadas domésticas de la delegación española fueron tiroteadas; lo mismo que un administrativo que desapareció a finales de junio y cuyo cuerpo todavía no se ha encontrado.
La Embajada se encuentra en lo que los norteamericanos denominan “zona roja” de Bagdad, un lugar expuesto a los ataques de la insurgencia y fuera de la llamada “zona verde”, la fortaleza más o menos segura donde se parapeta el Gobierno de Iraq y las tropas de ocupación estadounidenses.
Desde la terraza de la sede española se ve la que Sadam Husein bautizó como la “madre de todas las mezquitas” una monstruosa construcción que no llegó a concluirse y que hoy es el refugio perfecto para los insurgentes.
La amenaza de los francotiradores
Allí, a unos pocos metros de donde se encuentran los españoles, se ocultan francotiradores como una amenaza constante. Los verdaderos momentos de peligro se viven, sin embargo, en los traslados; moverse en Bagdad es una lotería y por eso la consigna que siguen los geo es hacerlo con máxima rapidez. El convoy de coches blindados en los que se traslada a los diplomáticos vuela por las calles de la capital; lo que desde fuera puede parecer una conducción temeraria es en realidad la única forma de minimizar riesgos. “Cuando estás fuera eres vulnerable por eso hay que hacer los traslados de la manera más rápida posible” afirma el subinspector de policía a cargo de los geo iraquíes.
La sirena avisa de que el convoy se acerca y los resignados conductores iraquíes se apartan de la carretera para que pasen los extranjeros. “Últimamente han cogido más confianza y no se apartan tanto, es normal que estén cansados, pero para nosotros es mucho más arriesgado quedarse parado por un atasco” añade el subinspector.
La noche no existe
Cuando empieza a caer el sol hay que estar en casa porque la noche es el mayor aliado de los insurgentes y la mayor amenaza para la seguridad de los españoles. “Es muy raro que hagamos una salida cuando no hay luz porque es muy peligroso” relata el embajador, “no existe toque de queda oficial pero lo cierto es que nadie sale por la noche, es como si lo hubiera”.
Y antes de que empiece a caer el sol atravesamos de nuevo la maraña de muros y alambradas para volver al bullicio de las calles de Bagdad “Son increíbles estos chicos, tienen una madurez profesional admirable”, explica Ignacio Rupérez, y Javi, Alfredo, Jose o Rubén se sonríen y aprietan el acelerador, y en silencio siguen contando los días que les faltan para volver a España.
PILAR BERNAL / Bagdad (Iraq),Informativos Telecinco
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