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lunes, 23 de julio de 2018

MUJERES INVENTORAS.



Aunque nos cueste creerlo, aún en pleno siglo XXI, se habla bien poco de los inventos ideados por una mujer. Desde tiempos ancestrales se creó el estereotipo de la mujer sumisa, ama de casa, siempre paciente y, sobre todo, dependiente del varón.
A ella no se le daba la oportunidad de poder manifestar cualquiera de las destrezas con la que la naturaleza la había dotado. Si lograba sobresalir en otra materia que no fuera; cocinar, planchar, lavar y ser buena ama de casa estaba mal visto.
Un ejemplo de la desigualdad entre el hombre y la mujer la tenemos en Concepción Arenal quien tuvo que cortarse el pelo, vestir levita y sombrero para, así disfrazada de hombre, poder entrar en la Facultad de derecho como oyente. Esta misma suerte corrieron otras mujeres en los años 1800 lo que no acabó en los años siguientes, por el contrario, en la dictadura de Franco también se las marginaba.
Sin embargo, no cejaron en su interés por estudiar pese a las prohibiciones emergiendo de ahí grandes mujeres inventoras que, pese a sus esfuerzos, no podían poner lo inventado a su nombre sino al de su esposo.
Un ejemplo de la voluntad y tesón de estas mujeres lo tenemos en la canaria Candelaria Pérez comerciante y viuda quien, en 1889, obtuvo una patente por un auténtico (todo en uno) para el hogar. Había diseñado un mueble que incluía una cama que se combinaba con el tocador, un lavabo, mesilla de noche, escritorio, bidé, mesa de ajedrez y otra de comedor.
Es una pena que esto apenas se conozca y, mucho menos se hable de esta mujer canaria, por más señas.


MUJERES INVENTORAS.
FERMINA ORDUÑA Y EL CARRUAJE PARA LA LECHE.
   La discriminación entre hombres y mujeres ha hecho que muchas de estas últimas se hayan visto privadas de mostrar su inteligencia a los ojos del mundo solo por ser mujer. Para poder registrar una patente debían pedir permiso a sus maridos, padres o hermanos pues de no ser de este modo se la negaban categóricamente.
   Fue a partir de 1923 cuando pudieron solicitar un procedimiento administrativo que tenía una validez de tan solo quince años, pero aún con esta opción eran pocas las que se atrevían a pedir esa solicitud por prohibiciones familiares y las que se animaban lo hacían en los campos relacionados con los trabajos que se suponían propios de la mujer como la sanidad o la costura.
   De esta manera protegían sus ideas pues muchas se habían quedado viudas y no podían hacerse cargo de los gastos familiares.
   Una de estas mujeres inventoras fue Fermina Orduña quien ideo y patentó un carruaje especial para vender por las calles; leche de burra, cabra o vaca. Con esto se lograba hacer más fácil la venta de lácteos al público.  Por ello se le concedió una protección por cinco años que le fue otorgada el 20 de mayo de 1865.
Atrás quedan aquellos señores que, con su cachorro a medio lado, el cigarro Gruger en la comisura de los labios, y el jarro de aluminio que servía de medida recorrian nuestras calles para vendernos la leche recién ordeñada.
  Los chiquillos salíamos como locos con la escudilla y el gofio para comernos aquel manjar que, según los médicos de hoy, podría matarnos por no estar hervida o pasteurizada.
  De seguro que también lo multarían por no ir con gorro blanco, bata y mascarilla. Que rica estaba y como sacó a más de un niño del raquitismo o de otra enfermedad para la que en aquella época no había cura. Aquella leche tenía una mágica mezcla entre humo de cigarro y sudor de hombre de campo, pero, nos sabia a gloria bendita.
 Hoy apenas se tocan los animales ni siquiera par ordeñarlos, les enchufan los chupos y la leche pasa por tubos hasta las cisternas que las llevan a las empresas para su proceso de pasterización. Luego nos la venden en cajas de cartón, llamadas, tetrabrik, y cuando la tomamos es como agua de la talla. 
Que las cosas deben cambiar es cierto y que hoy hay más higiene también, pero no me negaran que ya nada tiene el mismo sabor. Ni los plátanos saben como los que comprábamos desmanillados abajo en el Punto, ni las naranjas tienen el sabor de las de la Higuera Canaria, ni los higos son como los de Valsequillo.
Hoy nos lo venden todo metido en plásticos que, por mucho que nos digan, cambia el sabor de la fruta y verdura y, aunque no soy de las que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, sí afirmo que lo que comíamos aún careciendo del aseo requerido, tenía el sabor exquisito y natural que deben tener los alimentos.
Cierto que para los muy puritanos existen los productos ecológicos al que cada vez se acude con mayor frecuencia.
María Sánchez

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