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MARISOL AYALA FESTO Y ARGELIA CASAS
La Provincia. Hace 20 años que Argelia se tropezó en la calle con un joven africano, asustado y lloroso, recién llegaba a Las Palmas de Gran Canaria desde Nigeria huyendo de una muerte cierta por razones políticas. Ella y su marido lo acercaron a Comisaria para informar sobre su situación pero al negarle el asilo ambos firmaron y se hicieron responsables de su estancia en España. Y lo acogieron en su casa. Hoy estudia Derecho y tiene dos hijos. Argelia Casas tenía 39 años cuando hace unos 20 años tropezó en la calle Mesa y López de Las Palmas de Gran Canaria, a la altura de la Base Naval, con un joven nigeriano de 22 años, Festo Bodaseraye. Iba ataviado con la vestimenta típica africana, asustado desconcertado, miedoso, lloroso… El joven se había dirigido primero a una furgoneta en la que estaba el marido de Argelia, José Trejo, pero como Trejo no sabía inglés decidió que mejor esperara a que llegara su mujer “para ver qué quiere el muchacho”, recuerda. Cuando él vio a Argelia le dijo que hacía unas horas que había llegado a Las Palmas y que venía huyendo de su país, Nigeria, donde la situación política era muy complicada, que no conocía a nadie y tenía mucho miedo.
Cuando Argelia conoció la historia de Festo no lo dudó ni un instante y le comentó a su marido: “Vamos a llevarlo a comisaría para que le den asilo político y que no siga huyendo, vamos, vamos y así le ayudamos a rellenar los papeles”. Y así fue. Pasó que cuando el chico llegó a comisaria estaba más asustado aún si eso era posible. “Lo acompañé hasta el interior y le expliqué al funcionario que la situación del chico era de desamparo, en fin esas cosas…”. Para su sorpresa el funcionario le informó que, vale, pero alguien tiene que hacerse responsable del muchacho de lo contrario lo expulsarían del país en menos quince días. Festo no le quitaba los ojos de encima a su protectora al tiempo que secaba sus lágrimas. El chico ya le había contado al matrimonio que había salido de Nigeria por razones políticas y que estaba amenazado de muerte, es decir, que regresar a su país significaba ponerlo a los pies de los caballos.
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