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miércoles, 31 de octubre de 2018

Sobrevivir a la mala vida

Resultado de imagen de MARISOL AYALA



La conozco hace siete años. Es boliviana y vino a parar a Gran Canaria huyendo de un maltratador de su país que la siguió hasta la isla. En una de las tantas borracheras su compatriota agarró un cuchillo y se lo hundió en el pecho. Está viva de milagro. El día que conocí ese episodio de su vida debió ver mi cara de sorpresa se levantó el jersey y susurró un "mire..." Y miré.

El sajo era grande. Tres meses estuvo ingresada en el Negrín; fue operada para salvarle la vida. Tenía dos hijos a su cargo y estaba sola en la isla, sin tener el más mínimo amparo. Le dolía más la soledad de sus niños que las heridas. Un día alguien entró en la habitación y le pidió que le dejara hacer una llamada. Tenía que localizar a quienes eran sus únicos amigos en la isla para pedirles que cuidaran a sus chicos. Una pareja que conoció cuando era camarera de piso en Playa del Inglés. Lo primero que hizo esa gente fue ir al colegio en busca de los niños, que ya estaban rumbo al desamparo. Después la acogieron a ella y dignificaron su vida con trabajo.
Se llama Eva. Un día nos vimos hablando de sus padres, de su niñez en un país pobre como es Bolivia. ¿De qué vivían en tu casa?, pregunto. "De la calle. Éramos once hermanos, muy pobres. Han muerto tres. Allí siempre hacía frío. Con pocos años los hermanitos subíamos a las montañas del pueblo a buscar ramas para hacer un caldo". Se ríe y se tapa la cara para sofocar la carcajada. "Fíjese. El regalo más lindo que recuerdo de niña fueron unos calcetines gordos que me llegaban a la rodilla". Siempre saca lo positivo de su vida y se considera una mujer de suerte a pesar de los pesares. Otro día hablamos de los curanderos, de los santones en su país y llegó la carcajada. "¡Son cuentos! Mire, una vez [siguen sus risas] no había de comer y a una de mis hermanas se le ocurrió disfrazarnos de curanderas. Tendríamos 10 años. Habíamos visto cómo la gente dejaba dinero en la bolsa de la santera. Nos pintamos la cara de azul, una luna en la frente, collares viejos y una manta cubriéndonos la espalda. Ensayamos un rezos y en cada casa lo rezábamos varias veces hasta que nos miraban raro y salíamos corriendo". Lleva doce años en Canarias y se la rifan.
Con ella no puede nadie.

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