La historia de algunos héroes es precisamente que no tienen historia. La del sargento primero Carlos Trujillo (aunque en la noticia solo le nombran a él, los héroes son una docena) se produjo no hace tanto tanto tiempo (allá por el año 2010). Solo fue reflejada en Europa Press bajo el título “un sargento de la Armada rescató uno a uno y a nado a los 33 inmigrantes de Alborán” y en la red es en el único medio de comunicación de gran difusión en el que se puede encontrar a día de hoy.
Es posible que la falta de trascendencia de esta historia se debiera a lo exagerado del titular publicado y que el propio cuerpo de la noticia corrige al complementar eluno a uno del mismo con una aclaración en la que se especifica que el sargento primero de la Armada tuvo el apoyo de los once hombres del destacamento de la Isla de Alborán (no es mi ánimo criticar y menos con la cantidad de errores que he cometido en este blog). En principio, leyendo el titular, era difícil saber si el sargento primero rescató uno a uno a los treinta y tres inmigrantes mientras los otros once hombres miraban, animaban, aplaudían o tal vez avituallaban en tal gesta, o más bien fueron los doce hombres los que salvaron a los treinta y tres inmigrantes de una forma u otra. Según se continúa leyendo se hace referencia a las magulladuras de los que participaron en el rescate y las piezas empiezan a encajar. No tenemos un héroe llamado Carlos Trujillo (sargento primero de la Armada), tenemos a doce aunque once de ellos carecen de nombre (sin ánimo de menospreciar al sargento primero). Es decir, estos once son más olvidados si cabe que el propio Trujillo.
Estos doce militares forman parte de esos héroes invisibles que están ahí pero muy pocos saben que existen. Son muchos los uniformados (y no uniformados) que apoyan a los ciudadanos en momentos complicados, algo que se ha podido constatar este invierno con la actuación más que destacable de la UME (Unidad Militar de Emergencias) en las fuertes nevadas o las crecidas posteriores. Al igual que con esos héroes de los que nadie se acuerda por mucho que salvaran la vida de treinta y tres inmigrantes exponiendo la suya propia, existen muchas hazañas que quedan en el anonimato o a lo sumo en el agradecimiento personal del auxiliado y la memoria de algunos de sus conocidos.
Volviendo al caso que nos ocupa, quisiera señalar que es muy probable que hoy, cinco años después de aquella proeza, de los once militares (supongo que pertenecientes a la escala de tropa) que se arrojaron al mar tras el sargento primero ofreciendo lo único valioso que tenían (su vida) es muy probable que varios o muchos de ellos estén engrosando las listas del desempleo al haber sido expulsados por expedientes psicofísicos, no renovados o haber cumplido los cuarenta y cinco años de edad. Esta es la edad en la que se considera a un soldado inútil para el desempeño de las armas, lo que no implica que existan altos mandos por encima de la cincuentena que han terminado por convertirse en piezas claves de nuestro sistema de defensa al mandar de forma recia los azarosos destinos de las piscinas militares (o residencias), lugares estratégicos, sin duda, en el marco de la Defensa Nacional. Dicho sea con la máxima cautela no sea que esté desvelando ahora mismo los secretos defensivos más importantes y termine detenido por los servicios de inteligencia…
Tampoco se puede dejar de apuntar que si alguno de ellos hubiese tenido la desgracia de fallecer esa noche (o con posterioridad), sus viudas (o viudos) sufrirían un considerable menosprecio y abandono dado que el Ministerio de Defensa ha optado recientemente por rechazar la petición de pensionar las cruces al mérito militar con distintivo rojo… De esta forma, la viuda del Cabo Soria se ha quedado sin la pensión que si se otorga en otras fuerzas tras dicha medalla.
Es por ello que me duele que los héroes, esos uniformados que cumplen en muchos casos de forma extraordinaria su trabajo, caigan en el olvido, no ya de los medios de comunicación, sino de sus propios altos mandos. Este olvido puede ser comprensible dado que mandar una residencia militar debe ser comparable a lo que le sucedía a Jack Nicholson cuando tenía que desayunar a unos pocos centenares de metros de los malos malísimos en la mítica película de Algunos hombres buenos. Más o menos, ¿no?
Por mucho que a más de uno de estos aguerridos altos mandos le duela, si las Fuerzas Armadas pretenden que los medios de comunicación consideren a nuestros héroes como lo que son, quizá deberíamos tratarles primero nosotros de esta forma y no creo que abandonarles sea lo más adecuado.
Si no cambiamos esta mentalidad para nuestros propios, estos seguirán siendo héroes invisibles… y muchos en la cola del paro.
fuente . http://blogs.publico.es/un-paso-al-frente/2015/05/01/los-heroes-invisibles/
No hay comentarios:
Publicar un comentario