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viernes, 23 de octubre de 2015

Bragas a euro

                                                     imagen de archivo
Vale que las cosas de comer son sagradas. Pero además del pan, la leche y los huevos —con perdón— nuestros de cada día, hay otros artículos de primerísima necesidad que no tienen IVA ultrarreducido, y deberían. No hablo solo del cine, el teatro y los conciertos, que alimentan y abrigan el espíritu, pero sin los que, a las malas, puede una pasar el invierno sin caer enferma.
Algunos líderes, de hecho, pasan toda la vida y alardean de ello en el Congreso, pero eso es otra columna. Me refiero a las bragas, los calzoncillos, los calcetines, los sostenes, esas prendas piel con piel sin las que solo somos unos mamíferos arrogantes poco evolucionados para sobrevivir a la intemperie, el ojo ajeno y el amor propio. Básicos, les llaman los mercadotécnicos, que, como los psicólogos, tienen nombre para todo. Pues bien, para algunos, hasta los básicos pueden ser accesorios.
Estos días se habla mucho de las colas que ha provocado la apertura de Primark en la Gran Vía madrileña. El nuevo templo de la modalow cost, hemos pregonado muchos, con ese papanatismo nuestro de maquillar con el barniz del inglés lo que suena cutre en castellano. El comercio barato supone el 12% de la cuota de mercado en España. Poco me parece. Con sueldos de mil euros, quien los gane, los presuntamente asequibles Zara, Mango y H&M son tan prohibitivos para la nueva clase trabajadora como Loewe, Dior o Gucci para la entelequia antes conocida como clase media. Un exceso solo permisible en grandes ocasiones o en las rebajas del 70%. Por eso, más allá de la tontería de la novedad, la caza del chollo y el yo lo vi primero, las colas de Gran Vía hablan de la dignidad y rebeldía de esas mujeres y hombres que se las buscan para vestirse como quisieran si pudieran. Un quiero y no puedo, de acuerdo. Pero hay quien puede y no llega. Porque la elegancia, la belleza y la decencia ni se compran ni se venden. Se llevan de serie o nada.
fuente : http://elpais.com/elpais/2015/10/21/opinion/1445443110_349595.html

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