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domingo, 25 de octubre de 2015

Tras el rastro del marfil


Colmillos falsos con localizadores GPS ocultos permiten seguir la pista a los cazadores furtivos que masacran elefantes en África.
Por Bryan Christy
Cuando el Museo Americano de Historia Natural se propuso actualizar la sección de mamíferos norteamericanos, marcó el teléfono del taxidermista George Dante. Cuando murió la tortuga Solitario George, icono de las islas Galápagos, fue Dante el encargado de disecarla. Pero Dante, uno de los taxidermistas más reputados del mundo, jamás ha hecho lo que yo acabo de pedirle. Ni él, ni nadie.
Quiero que Dante diseñe un colmillo artificial de elefante que no se distinga –ni a la vista ni al tacto– de los colmillos confiscados que me ha prestado el Servicio de Pesca y Vida Salvaje de Estados Unidos.
Quiero que incruste en el interior del colmillo falso un sistema de rastreo por GPS y comunicación por satélite fabricado para la ocasión. En el mundo del crimen, el marfil es moneda de cambio, así que en cierto modo estoy pidiendo a Dante que me imprima unos cuantos billetes falsos para poder seguirles la pista.

Usaré esos colmillos para dar caza a los asesinos de elefantes y averiguar qué rutas sigue su botín de marfil: de qué puertos zarpa, en qué buques navega, qué ciudades y países recorre y dónde recala. Si infiltro colmillos falsos en un país centroafricano, ¿pondrán rumbo al este –o al oeste– hacia puertos bien conectados con los mercados asiáticos? ¿Viajarán hacia el norte, siguiendo la ruta del marfil más violenta del continente africano? ¿O se quedarán donde están, descubiertos y entregados a las autoridades por un ciudadano honrado?
Mientras debatimos las especificaciones del encargo, a Dante se le enciende la mirada. Para verificar que un colmillo es auténtico, los traficantes lo raspan con un cuchillo o le acercan un mechero encendido; el marfil es un diente y, como tal, no se funde. Mis colmillos deberán comportarse como el marfil. «Y tendré que lograr ese brillo», dice Dante, refiriéndose al lustre de un colmillo de elefante bien bruñido.
«George, no te olvides de las líneas de Schreger», digo. Me refiero a las rayas que se distinguen en la base de un colmillo serrado, similares a los anillos del tronco de un árbol.
Como buena parte del planeta, George Dante sabe que el elefante africano vive bajo asedio. Una floreciente clase media china ávida de marfil, la devastadora pobreza de África, unas fuerzas del orden débiles y corruptas y más métodos que nunca para abatir un elefante se conjugan para crear la tormenta perfecta. El resultado: unos 30.000 elefantes africanos masacrados cada año, más de 100.000 entre 2009 y 2012, a un ritmo que no disminuye. El grueso del marfil ilegal acaba en China, donde un par de palillos de marfil puede reportar más de 1.000 euros y un colmillo tallado se vende por cientos de miles.
El África oriental es actualmente la zona cero de buena parte de la caza furtiva. En junio el Gobierno de Tanzania anunció que el país ha perdido el 60% de sus elefantes en los últimos cinco años, de 110.000 a menos de 44.000 individuos. En el mismo lustro, indican los informes, la vecina Mozambique ha perdido el 48 % de sus elefantes. La población local, entre ellos lugareños paupérrimos y guardabosques impagados, mata elefantes para obtener dinero; están dispuestos a correr el riesgo porque, aun en el caso de que los atrapen, las sanciones suelen ser ínfimas. Pero en el África central, como descubrí en primera persona, hay algo más siniestro detrás del elefanticidio: las matanzas las perpetran paramilitares y grupos terroristas que en parte se financian con el marfil, con frecuencia fuera de sus propios países e incluso ocultándose en los parques nacionales. Saquean poblados, esclavizan a la gente y asesinan a los guardas que se interponen en su camino.
Sudán del Sur. La República Centroafricana (RCA). La República Democrática del Congo (RDC). Sudán. Chad. De alguna de estas cinco naciones, que se cuentan entre las más inestables del mundo según el ranking de Fund for Peace (organización con sede en Washington, D.C.), proceden las personas que viajan a otros países para matar elefantes. Año tras año, el camino de muchas de las masacres de elefantes más vastas y estremecedoras parte de Sudán, que ya no tiene elefantes pero da cobijo a terroristas-furtivos extranjeros y es la tierra de los yanyauid y otros criminales sudaneses transcontinentales.
A menudo los guardas de los parques son el único obstáculo en el avance de los asesinos. En inferioridad numérica y mal pertrechados, ocupan la primera línea de batalla en una violenta guerra que nos afecta a todos.

LAS VÍCTIMAS DE GARAMBA
El Parque Nacional de Garamba, situado en la esquina nordeste de la RDC y fronterizo con Sudán del Sur, es un bien natural del Patrimonio Mundial de la Unesco famoso por sus elefantes y su infinito océano de verdor. Pero cuando pregunto a un grupo de niños y ancianos de Kpaika, una aldea a unos 50 kilómetros del límite occidental del parque, cuántos de ellos han visitado Garamba, nadie levanta la mano. Comprendo por qué cuando pregunto: «¿Cuántos de vosotros habéis sido secuestrados por el LRA?».
El padre Ernest Sugule, que atiende las necesidades pastorales del lugar, me cuenta que mu­­chos niños de su diócesis han perdido familiares a manos del Ejército de Resistencia del Señor (LRA por sus siglas en inglés), el grupo rebelde ugandés dirigido por Joseph Kony, uno de los terroristas más buscados de África. Sugule ha fundado un colectivo que ayuda a las víctimas del ejército de Kony. «He conocido a más de mil niños que han sido raptados –me dice–. Los secuestran a muy tierna edad y los obligan a cometer atrocidades. La mayoría de ellos regresan a sus casas profundamente traumatizados.» Tienen pesadillas, prosigue Sugule. El recuerdo de lo vivido les persigue. Sus familias temen que se hayan convertido irreversiblemente en soldados que podrían asesinarlos en plena noche. Se da por hecho que a las niñas las violan, lo que hace difícil que encuentren marido. Los lugareños a veces se burlan de los niños retornados con la misma expresión con la que se refieren a los hombres de Kony: «LRA Tongo Tongo». «LRA corta corta», una alusión al despiadado uso que hacen del machete los militantes del LRA.
Kony, que fue monaguillo de la Iglesia católica, define su misión como el derrocamiento del Gobierno ugandés en nombre del pueblo acholi del norte de Uganda y la gobernación del país conforme a su propia versión de los diez manda­mientos. A los secuaces de Kony se les atribuyen, desde los años ochenta y comenzando en Uganda, decenas de miles de asesinatos. Se dice que rebanan labios, orejas y pechos, violan niños y mujeres, amputan los pies a quienes van en bicicleta y secuestran críos para crear un ejército de niños soldados que se convierten en asesinos.
En 1994 Kony salió de Uganda y se llevó de gira a su banda de asesinos. Su primer destino fue Sudán, donde inició un zigzagueo transfronterizo que continúa haciendo difícil su captura. En aquel momento el norte y el sur de Sudán libraban una guerra civil, y Kony ofrecía al Go­­bierno de Jartum un modo de desestabilizar el sur. Durante diez años Jartum le suministró alimento, medicamentos y armas, entre ellas rifles automáticos, artillería antiaérea, lanzacohetes y morteros. Gracias en parte a la labor de Invisible Children y su vídeo Kony 2012, su nombre se hizo conocido en Occidente. El Departamento de Estado de Estados Unidos lo declaró «terrorista internacional especialmente designado» en 2008, y la Unión Africana califica al LRA de organización terrorista.
Cuando en 2005 el norte y el sur de Sudán fir­maron un acuerdo de paz, Kony perdió su anfitrión sudanés. En marzo de 2006 huyó a la RDC y acampó en el Parque Nacional de Garamba, entonces hogar de unos 4.000 elefantes. Desde allí declaró su deseo de firmar la paz con Uganda; envió emisarios a Juba, en el sur de Sudán, para negociar con las autoridades ugandesas mientras él y sus hombres vivían tranquilamente en el parque y sus alrededores, protegidos por un alto el fuego. Incluso llegó a invitar a la prensa extranjera para que lo entrevistasen. Mientras, y saltándose el alto el fuego, sus hombres entraban en la RCA para secuestrar a cientos de niños y convertir en esclavas sexuales a las mujeres.
El padre Sugule me presenta a tres niñas, víctimas recientes de los secuestradores del LRA.Geli Oh, de 16 años, pasó más tiempo con el ejército de Kony que sus dos amigas: dos años y medio de horror. Mira al suelo mientras sus amigas mordisquean las galletas que les hemos traído. Levanta la vista al oír la palabra «elefante». Dice haber visto muchos en el Parque Nacional de Garamba, adonde la llevó el LRA. Un día el Tongo Tongo abatió dos elefantes. «Dicen que cuantos más maten, más marfil obtendrán.»
Las fuerzas de Kony han menguado de los 2.700 combatientes que eran en 1999 a los 150 o 250 soldados permanentes que se calcula son hoy. Los asesinatos de civiles también han descendido, de 1.252 en 2009 a 13 en 2014, pero el número de secuestros vuelve a aumentar. En todos y cada uno de los poblados de la carretera que une la iglesia del padre Sugule con lo que hoy es Sudán del Sur hallé víctimas de Kony que relatan haber comido carne de elefante y presenciado cómo sus hombres se llevaban el marfil.
Pero, ¿adónde?

EL SOLUCIONADOR DE PROBLEMAS
Para seguir la pista de los colmillos falsos desde la selva hasta su destino final necesito un dispositivo de localización capaz de transmitir ubicaciones exactas sin zonas muertas donde pierda la conexión. Ha de ser duradero y lo bastante pe­­queño para caber en las cavidades que George Dante ha creado en el interior de los bloques de resina y plomo que conforman los colmillos. Quintin Kermeen, de 51 años, tiene las credencia­les que busco: se inició en el radioseguimiento a los 15 años y desde entonces fabrica collares y rastreadores electrónicos para la fauna, desde osos de los Andes hasta cóndores de California o diablos de Tasmania. Hablamos por Skype.
«Debe de ser usted un amante de los animales», le digo.
«No –replica–. Lo que soy es un solucionador de problemas.»
Me río. «Entonces es justo lo que necesito.»
Tras meses de ajustes y pruebas, Kermeen me envía por correo el dispositivo de localización definitivo. Consta de una batería de más de un año de duración, un receptor GPS, un transmisor vía satélite Iridium y un sensor de temperatura.
Mientras Dante trabaja en insertar el rastreador de Kermeen dentro del molde de colmillo, el tercer miembro del equipo, John Flaig, especialista en fotografía aérea desde globo aerostático (las imágenes se toman a altitudes propias de los aviones espía, como mínimo), se prepara para monitorizar los colmillos durante su desplazamiento. Gracias a la tecnología de Kermeen, podrá programar cuántas veces al día el dispositivo del colmillo enviará su posición vía satélite. Los seguiremos con Google Earth.
«QUIERO MARFIL PARA cambiarlo por MUNICIÓN»
El 11 de septiembre de 2014 Michael Onen, un sargento del ejército de Kony, salió a pie del Parque Nacional de Garamba con un AK-47, cinco cargadores de munición y una historia que contar. Lo tengo delante, sentado en una silla de plástico, en un claro de la base que las fuerzas de la Unión Africana mantienen en Obo, en la esquina sudoriental de la RCA, donde está detenido. Onen –y otros 41 combatientes, entre ellos Salim, hijo de Kony– había participado en una operación de caza furtiva del LRA en Garamba. Kony en persona la había preparado, dice Onen. Ese verano los soldados de Kony habían matado 25 elefantes en Garamba y regresaban cargados de marfil al lugar donde se ocultaba su cabecilla.
A nuestro alrededor pasean soldados del ejército ugandés, que conforman el total del contingente de la Unión Africana destacado en Obo y tienen la misión de encontrar y matar a Kony. Los soldados reciben a Onen como uno de los suyos, y en el fondo lo es. Tenía 22 años la noche de 1998 en que los soldados de Kony saquearon su aldea de Uganda, Gulu, y lo sacaron a rastras de la cama. Su mujer, raptada tiempo después, fue asesinada. Onen relata que desde el momento de su captura se negó a portear las cargas. Se llevó muchos palos, pero se salió con la suya. En vez de obligarlo a ser soldado, el LRA lo nombró encargado de las transmisiones: técnico de radio al tanto de las comunicaciones secretas de Kony.
Durante las fallidas conversaciones de paz con Uganda, sostenidas mientras Kony se ocultaba en Garamba entre 2006 y 2008, Onen estuvo asignado a Vincent Otti, el negociador jefe de Kony. Otti tenía simpatía por los elefantes y prohibía su matanza, pero en cuanto salió de Garamba para participar en las conversaciones de paz, Kony empezó a cazarlos para hacerse con su marfil.
Otti se puso furioso, relata Onen. «¿Por qué estás acopiando marfil? –preguntó a Kony–. ¿No te interesan las conversaciones de paz?»
No, quiero marfil para cambiarlo por munición y seguir combatiendo, fue la respuesta de Kony, según Onen. «El marfil es una especie de cuenta de ahorro para Kony», dice Marty Regan, del Departamento de Estado de Estados Unidos. El ejército de Kony había llegado a Garamba en 2006 sin apenas munición para continuar su guerra, me explica Onen. «Lo único que hará fuerte al LRA es el marfil», oyó decir a Kony.
En vez de firmar un acuerdo de paz, el líder del LRA mandó ejecutar a su negociador.
Desde Garamba, Kony envió un equipo a Darfur para sondear las posibilidades de trabar una nueva relación con las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS), con la esperanza de trocar marfil por lanzacohetes y otras armas. Entre tanto, según Onen, los hombres de Kony ocultaban el marfil enterrándolo en el suelo o sumergiéndolo en los ríos. Corrobora su relato Caesar Achellam, ex jefe de inteligencia de Kony, hoy bajo custodia del Gobierno ugandés. Achellam me explicó que los hombres de Kony hacían planes de futuro. Según él, igual que entierran cubos de agua sellados a lo largo de unas rutas abrasadoras, entierran marfil para guardarlo a buen recaudo.
«Pueden coger ahora mismo lo que les dé la gana –me dijo– y guardarlo allí dos, tres, cinco años, o incluso más.»
Las fuerzas ugandesas lanzaron por fin un ataque contra los campamentos de Kony en Garamba a finales de 2008. El ataque aéreo contó con el apoyo de la RDC, el sur de Sudán y Estados Unidos, pero no logró derrotar a Kony ni socavar su liderazgo. La respuesta de Kony fue inmediata y encarnizada: sus soldados se desplegaron en equipos reducidos y se lanzaron a matar civiles. En tres semanas perpetraron más de 800 asesinatos y raptaron a más de 160 niños. El ACNUR calcula que la masacre desplazó a 130.000 congoleños y 10.000 sudaneses. El 2 de enero de 2009 el horror llegó al mismísimo cuartel general de Garamba, en Nagero, donde soldados de Kony incendiaron el edificio central y mataron a al menos ocho guardas y empleados.
Seis años más tarde, el 25 de octubre de 2014, me cuenta Onen, sus compañeros y él debían ir a Sudán para entregar a Kony el marfil acopiado en Garamba. El plan era acudir con el marfil a un encuentro en la RCA y llevarlo luego a una ciudad de Darfur llamada Songo, no lejos de la guarnición de las Fuerzas Armadas de Sudán en Dafaq. Allí, explica Onen, los hombres de Kony trocan el marfil con el ejército sudanés por sal, azúcar y armas. La relación es estrecha: «Las FAS lo avisan si hay problemas a la vista», dice Onen.
Hasta donde Onen sabía, el escuadrón de furtivos que él había abandonado seguía avanzando hacia el norte desde Garamba, cruzando la RCA en dirección a Sudán. Resulta plausible que la deserción del radiooperador ralentizase el avance de los 25 colmillos de elefante hacia Kony.
Quizá también yo podría hacer llegar a Kony mis colmillos falsos.
fuente : http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/ng_magazine/reportajes/10618/tras_rastro_del_marfil.html

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