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jueves, 23 de abril de 2020

Cuba en Barcelona-1992 no fue una visión, él ya lo sabía




Vi cómo le brillaron los ojos al enseñarle la foto. La imagen mostraba a la gigante figura desbordada de emoción, de orgullo patrio. Con su puño levantado abrazaba a su pueblo, que allí desfilaba ¿Por qué no escribes sobre la inspiración que causó su presencia en la mejor actuación cubana en la historia de los Juegos Olímpicos?

Le conté a mi joven y talentoso colega que aquella alegría de Fidel, en el palco presidencial de la ceremonia inaugural de los Juegos de Barcelona-1992, era la señal que, ya tres años antes, él le había enviado al mundo. Los ojos de Dilbert ahora me preguntaban.
Fue el 24 de noviembre de 1989, cuando el Comandante en Jefe recibió a la selección femenina de voleibol, que había vencido inobjetablemente en la Copa del Mundo, en Japón. Él les habló de boxeo, fútbol, atletismo, baloncesto, de alpinismo, de pesca y pesca submarina, disciplinas todas de las que fue practicante, de la importancia del deporte en la formación de valores, y de lo que le aportó en los momentos más difíciles en la lucha en la Sierra Maestra. Y por supuesto, conversó del deporte de la malla alta.
Al referirse a los Juegos Olímpicos reveló su secreto a las voleibolistas: «Les aseguro que en Barcelona el mundo verá la mejor actuación cubana en unos Juegos Olímpicos. Cuento con ustedes».
No era una visión, sino el resultado de la construcción de un modelo participativo, que comenzó a tributar el talento que crecía en el país, cultivado en una concepción científica del desarrollo, con un capital humano, formado justamente para potenciar al máximo nivel lo que ya se había sembrado como cultura física en la población.
Ningún analista en cálculos competitivos daba a Cuba, ni siquiera entre los 30 primeros países. Los argumentos pasaban por el distanciamiento de dos ciclos fuera del más alto nivel, y tampoco faltaron los juicios políticos y económicos de que tras la desaparición de la urss y del campo socialista europeo, la Mayor de las Antillas no sostendría sus conquistas, y mucho menos en un escenario de tanto abolengo.
Pero aquel 25 de julio, desde la tribuna, ya él estaba premiando las 14 medallas de oro, seis de plata y 11 de bronce, que llevarían a Cuba hasta el quinto puesto por naciones. La gesta, en una convocatoria que para muchos es el parteaguas en la historia moderna de los Juegos, desde la pira encendida por el fuego de una flecha, pasando por la magia de las voces de Plácido Domingo, Josep Carrera y Sarah Brigthman, y la paralizante mundialmente Barcelona, salida de los desprendimientos vocales de Monserrat Caballé y Freddie Mercury, es la más colosal de las hazañas de un país del tercer mundo en el movimiento deportivo.
Solo 17 naciones han conquistado esa cantidad de títulos áureos en una edición de Juegos Olímpicos, y de los hoy más de 200 miembros del coi, únicamente 14; nada más que 26 han finalizado entre los cinco primeros en lides de ese tipo, y 18 lo han repetido, Cuba es una de ellas. Está también en el selecto grupo de 38 naciones que tienen presencia, al menos una vez, en la decena vanguardista de los medalleros, y en el de las 16 que tienen el mérito de haberlo logrado en más de cinco ocasiones.
La Cumbre de Jefes de Estados Iberoamericanos en España, en 1992, llenó de dignatarios la apertura de la cita en la ciudad condal, pero solo uno de ellos, el cubano, había tenido la virtud de ver mucho antes lo que ocurriría en la canchas, y las del voli respondieron al llamado de 1989, pues allí comenzaron su majestuosa trilogía dorada. Nadie como él sabía de lo que es capaz el ser humano, porque fue también un competidor invencible y, como dice Dilbert, una fuente de inspiración, inagotable.

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