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lunes, 29 de abril de 2013

¿ES LA JUSTICIA IGUAL PARA TODOS?


Escuchar o leer lo que ocurre en este mundo, en cualquier medio de comunicación, es arriesgarnos a quedarnos petrificados en el asiento a consecuencia de un infarto. Tenemos la sensación de que existen personas que cometen delitos como si de un reto se tratara. Llámense asesinato, robo, violación etc.
Están como al acecho de ver y escuchar las fechorías que hacen otros para intentar, no igualarles, sino superarles. Poco importa de lo que se trate, el caso es ser el peor.

Siempre que escuchamos la noticia del maltrato a una persona pensamos “esto no se puede superar”. Pero, a la mañana siguiente nos sorprenden con algo más atroz si cabe. Si hoy escuchamos el blanqueo de dinero que llevó a cabo un dirigente político, saltará la noticia de aquel otro que le ganó por la cantidad de ceros colocados a la derecha de la  primera cifra.
Lo peor de todo esto es ver como la justicia no actúa del mismo modo para todos los mortales. Sabemos que, según la mitología griega, a la diosa Justicia se la representa con los ojos vendados como señal de que no hace distinciones de ninguna índole. Creo que si ella pudiera quitarse la venda de los ojos y, viera lo que hacen en su nombre, de seguro que blandiría la pesa a modo de garrote y más de un juez se lo pensaría antes de emitir sentencia.

No se puede llamar justicia y, menos imparcial, al ver el resultado de tantos y tantos juicios que se celebran cada día. Observamos, no sin asombro, como se juzga y castiga a una persona que roba para dar de comer a sus hijos, que no deja de ser una infracción, pero nos quedamos estupefactos cuando leemos la sentencia con la que se “castiga” el blanqueo de dinero, el rapto de mujeres para dedicarlas a la prostitución, la violación a los niños. Así se formaría una larga lista de quebrantamientos para al final, supuestamente, quedar impunes ante la ley.

Lo que ocurre con los bancos es más de lo mismo. Si en tiempos pasados acudir a uno de ellos con la intención de pedir un crédito era toda una odisea, el hacerlo en estos momentos es poco menos que colgarnos una soga al cuello y, esperar a que el verdugo, nos quite la silla debajo de nuestros pies. Para empezar pocos bancos van quedando, ya que se fusionan entre si y de cuatro hacen uno. (Lo que lleva, entre otras cosas, a poner más gente en el paro). A los que van quedando les entran más pisos que dinero líquido, pues con lo de los desahucios, se quedan con nuestra propiedad y, de seguir así, las cajas fuertes criaran telaraña.  Los que teníamos unas perrillas ahorradas las vamos sacando, por miedo al célebre corralito, y a quedarnos sin ese dinero que con tanto sacrificio fuimos ganando y guardando para el día de mañana.

Es lo que le ha ocurrido a miles de personas con ese otro famoso fraude, los preferentes.  Que triste despertar tuvieron los que, seducidos por cantos de sirenas, entonados por  personas a las que consideraban honradas se vieron, de la noche a la mañana, sin sus ahorros, muchos en la calle y, lo que es peor, con pocas esperanzas de recuperarlos. 
Llenos de rabia e impotencia vemos, a través de la pantalla del televisor, a esos “señores” trajeados que acompañados por sus abogados salen de los juzgados con la sonrisa de oreja a oreja. Saben que entre tanto ir y venir a la audiencia el tiempo se irá pasando, lo que muchas veces deriva en una rebaja de condena, por estar prescrito el delito. O en unos meses ganados para que los letrados busquen las artes legales con las que sus clientes puedan salir de rositas.
Mientras tanto, usted y yo, estimado lector somos tan honrados y tenemos tanto miedo en el cuerpo que mientras no pagamos nuestras pequeñas deudas, no dormimos a pierna suelta.

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