Mary Almenara.
En estos días de confinamiento al que nos ha llevado el coronavirus, el que más con el que menos, hace cada día lo que se ha dado en llamar (un crucero) o sea cruzamos del salón a la cocina donde nos preparamos un
Una vez hecha esa “escala” de obligado cumplimiento, pasamos por la
despensa para el correspondiente avituallamiento, ahí ya perdemos el control
del barco y arrasamos con los manises, aceitunas, y alguna que otra lata de calamares
en salsa americana.
Nos volvemos al punto de partida, y nos colocamos cómodamente en nuestro
sofá favorito para dar buena cuenta de nuestras viandas. Al terminar nos
llevamos las manos al estómago en un signo de total arrepentimiento mientras,
para nuestros adentros pensamos, en cuanto pase todo esto me voy a caminar y
así estreno el reloj cuenta pasos que me regalaron en Reyes.
Sin embargo, este mea culpa dura lo mismo que unas piedras de hielo en un güisqui,
y nos comienza una lucha entre hacer otro crucero o aguantar hasta la hora del
almuerzo para comernos un rico caldo de papas que el tiempo lo requiere.
Ya que entre las actividades que no están prohibidas se encuentra el hacer
la siesta, cumplimos a rajatabla este ordenanza y nos unimos en fraternal abrazo
con nuestra amada cama o nuestro querido sofá que con estas tardes frías, el
confinamiento y que ya hemos limpiado la casa dejándola como los chorros del
oro, hacemos unas siestas tamaño familiar porque para aburrirnos nos quedan
muchos días.
Llegada la tarde, la cosa se pone peliaguda y llena de remordimientos por
si nos quedamos con una tasa de yerba luisa y unas magdalenas, o nos portamos
bien y aguantamos como jabatos hasta la hora de la cena.
Hacemos de tripa corazón y solamente nos comemos el resto de manises que quedaron
en la bolsa y unas aceitunas, solo para aplacar la fiera que ruge en nuestros
intestinos.
Al fin llega la noche y aquí nuestra imaginación se desborda cuando vamos a
preparar la cena, no sabemos si decantarnos por una tortilla española, unos
huevos fritos y papas o elegimos unos aguacates para comerlos con unos nachos
que hace tiempo están rodando por la despensa. Al final nos decantamos por esta
idea y nos ponemos manos a la obra para preparar un exquisito guacamole.
Hace tiempo que vemos nachos en los supermercados pero, han sido los restaurantes
mejicanos, los que han hecho que no falte una bolsa en nuestras casas. Los
nachos tienen su pequeña historia que deseo compartir con ustedes gracias a Wikipedia.
Cuenta la historia que todo comenzó en el año 1943, en un restaurante en la
ciudad de Piedras Negras, Eagle Pass Texas Estados Unidos, a donde llegaron las
esposas de unos soldados buscando un lugar para comer. Solo encontraron abierto
un local que ya estaba a punto de cerrar y el camarero les preparó unas tortillas
de maíz y queso, las cortó en triángulos y los frío.
Al preguntarle las señoras el nombre al dueño del restaurante este respondió
“Nacho” Ignacio Nacho Anaya y, según cuentan el plato se hizo popular con el
nombre de Nacho o Nachos, nombre por el que son conocidos en la actualidad.
Puesto que lo que más nos sobra en estos momentos, podemos poner las manos
en la masa y prepararlos nosotros mismos con la receta que sacaremos del
Google.
Fuente de información Wikipedia.
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