En 1965
mandaba yo el buque “Satrústegui” que, con su gemelo “Virginia de
Churruca” hacía la línea de la Compañía Trasatlántica Española con
salida mensual de Barcelona y escalas en puertos del Mediterráneo, Cádiz
y Santa Cruz de Tenerife para luego continuar su itinerario hacia
Venezuela y el Caribe.
El día 9
de octubre de 1965, estábamos en San Juan de Puerto Rico, atracados
babor al muelle efectuando operaciones de descarga. Después del horario
normal de aquel día, se hizo media jornada extra de 19 a 23 horas, con
objeto de igualar los tiempos de trabajo en una bodega que iba
recargada, y al final, serían las once y cuarto, me dio parte el primer
oficial en mi despacho de que la descarga pendiente para el día
siguiente había quedado igualada en todas las bodegas, quedando
asegurada la salida prevista hacia Santo Domingo para las cinco de la
tarde.
Le dí
orden de que en el resto de la noche, las guardias de los oficiales de
cubierta, bastaba que las hicieran solo de permanencia, ya que aquel
puerto era muy tranquilo y estaba vigilado. Nada más terminada la
frase, se notó una fuerte sacudida y un gran ruido, que resultó ser la
explosión de una bomba magnética adherida al casco que procedía de la
zona delantera del buque. Acudimos de inmediato al castillo de proa, y
en los finos del casco en estribor en el tanque rasel se apreció un gran
boquete, con gran parte de la chapa deformada y vuelta hacia fuera en
los bordes.
Avisamos
al U.S. Coast Guard, cuyos efectivos llegaron rápidamente en una lancha
de su servicio y con sus potentes focos pudimos ver con detalle el
boquete de 1,70 x 0,60 m que en su parte baja estaba en la línea de
flotación, quedando algunas toneladas de agua en la parte inferior del
tanque que había contenido agua potable, y que inmediatamente se mezcló
con la del mar. Por suerte no hubo daño personal alguno, que de haber
explosionado mientras se operaba, podría haber tenido graves
consecuencias, ya que saltaron como balas varios remaches de babor del
rasel al muelle.
Reunidos
en el lugar del siniestro los oficiales y yo con el personal del
U.S. Coast Guard, se dedujo que la elección del sitio para la colocación
del artefacto, se hizo aprovechando el sector oscuro que proporcionaba
la sombra que daba el abanico del castillo al alumbrado de cubierta en
los finos de estribor. Desde la lancha revisamos todo el costado de
estribor así como los finos de popa y proa de babor, asegurándonos de
que no había más bombas. Al despedirnos del oficial del U.S. Coast
Guard, éste nos aseguró que desde aquel momento mantendrían vigilancia
constante evitando que se nos aproximara bote alguno.
Al día
siguiente nos visitaron el cónsul general de España, D. Ramón Ruiz del
Árbol y el agente jefe del FBI en Puerto Rico, interesándose por el
atentado y para ver in situ los efectos del mismo. En mi presencia le
instó el Cónsul al agente que se investigara a fondo el asunto,
replicándole él que por supuesto se iba a hacer con todo interés y
obligación, ya que había sido un sabotaje realizado en territorio USA.
Comuniqué
por télex los detalles del atentado a la dirección de Compañía
Trasatlántica Española y con cierta dificultad por ser domingo, pude
contactar por teléfono con algún directivo y así agilizar la urgente
reparación y poder proseguir viaje. Conseguí reunirme con el ingeniero
jefe del astillero local, y al no haber dique disponible, se optó por
elevar la proa del barco achicando todos los tanques de agua dulce de
proa y con la ayuda de dos piezas de 10 toneladas facilitadas por el
astillero y colocadas en el coronamiento de popa, quedó todo el boquete
por encima de la línea de flotación, lo que permitió efectuar la
reparación en cuatro días y así obtener el certificado de navegabilidad
expedido por el Lloyd´s Register para poder continuar viaje.
Posteriormente
supe que una organización anticastrista radicada en Miami, se había
atribuido la autoría del sabotaje, pero las autoridades no dieron
información alguna. El embajador de España en Washington, D. Alfonso
Merry del Val, formuló la protesta del Gobierno español.
El agente
jefe del FBI en Puerto Rico, cumplió lo prometido llevando a cabo una
exhaustiva investigación, como consecuencia de la cual se logró detener
al supuesto autor de la colocación de la bomba, un exiliado cubano que
llevó a cabo el atentado como represalia contra el Gobierno español, por
comerciar con el Gobierno castrista de Cuba.
Casi dos
años después, en junio de 1967, fui llamado como testigo al juicio que
tuvo lugar en San Juan de Puerto Rico. En el interrogatorio al supuesto
saboteador, éste se declaró culpable de los hechos, lo que facilitó la
rapidez del juicio y la benevolencia del juez, que según supe más tarde
se iba inmediatamente de vacaciones. La sentencia, que todo el mundo
calificó de suave, fue de un año de libertad vigilada, debiéndose
presentar los días primeros de cada mes en el puesto principal de
Policía de San Juan de P. Rico hasta cumplir el año de la sentencia. La
incredulidad de los rostros de los presentes, consignatario, jefe del
FBI, oficial jefe del US Coast Guard y yo mismo, era patente ante tan
moderada sentencia.
En el
tiempo transcurrido desde el atentado hasta el juicio, había yo
mantenido cierta relación de amistad con el agente jefe del FBI, quien
me había ido explicando sus teorías acerca de los motivos del sabotaje.
Por tanto, no me extrañó que después del juicio me invitara a visitar
su oficina, donde para demostrarme su decepción me enseñó el montón de
carpetas que se elevaba casi medio metro sobre su mesa y que constituían
el esfuerzo de su trabajo de investigación del asunto.
(*) Capitán de la Marina Mercante
Fotos: Archivo de Rafael Jaume Romaguera
fuente: https://www.puentedemando.com/atentado-en-puerto-rico/
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