Imagen de google, la imagen no corresponde a los nombre que se cita en este artículo.
No sabía que en el piso alto vivía quien acabaría con su vida
brutalmente. Ahorraré detalles que por escabrosos solo aportan dolor.
Hablo de Alberto Montesdeoca, 20 años, acusado de la muerte de Saray
González estudiante de 27 años, inquilina de sus padres en Pérez del
Toro.
El 15 de octubre de 2015 ambos mantuvieron una discusión porque el
volumen del ordenador del chico impedía a Saray concentrarse.
Diré que dedico estas letras al suceso porque Saray era vecina del
barrio, vivía a dos calles de casa. Aquel día de octubre la vecindad
estaba conmocionada. Se sabía que la adicción del procesado a los vídeo
juegos preocupaba a su madre. No digo que los vídeo juegos fueran causa
única de que perdiera la cabeza pero lo cierto es que cuando las
reiteradas quejas de su vecina por el volumen puso en peligro su
adicción, la ira lo incendió y la mató. Pero aquí hay más. El padre daba
alas a ese enfrentamiento ya que también él se quejaba de los ruidos
que Saray hacía en el piso alto. Gasolina al fuego. En ese ambiente
Saray estaba planteándose seriamente mudarse. Un día me llamó para
preguntarme si sabía de una casa. Hablé brevemente con ella y le dije
que no tenía ni idea. Como conocí su asesinato me acerqué a los
comercios que lindan con su vivienda. Doy por hecho que ahí le
facilitaron a Saray mi teléfono. Ahí también supe que la relación de la
madre de Roberto con Saray era mala, no podía ni verla. Hablaba de la
fallecida con desprecio, deseando que dejara la casa. Como entenderán en
ese ambiente, con un hijo colgado de los vídeos juegos, un padre que
avivaba el fuego y una madre que le comía la oreja con comentarios
insultantes hacia su inquilina, era el caldo de cultivo perfecto para
cortar por lo sano. Esa mujer comentaba en las esquinas que “no le
gustaba Saray, deseando que se largue”, decía.
Estos días he seguido con atención el juicio por ver si algún dato me
colocaba el desconcierto. Y llegaron dos. Una, la voz de la madre del
chiquillaje. Percibí en ella la misma falta de empatía que su hijo.
Ninguna. Y la declaración del chico es para enmarcar. Cuando le
preguntaron el por qué de su acto dijo como argumento: “Dejar la partida
a para subir a hablar con Saray me enfureció». Cuando regresó había
perdido “todo lo ganado», concluyó.
Ella perdió más, cafre. La vida.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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