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lunes, 13 de noviembre de 2017

LA LLUVIA QUE ECHAMOS DE MENOS

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No puedo comprender ni explicar que olor tan especial tiene la lluvia; sólo sé que el aire huele distinto, que nos envuelve el aroma a tierra mojada, que cada gota de lluvia que se prende en las hojas de los árboles es como la más fina y valiosa gema que las gotas caídas, colocan como un delicado adorno en cada flor, en cada hoja.
La tierra abre sus brazos como mujer amante para sentirse empapada, tomada en dulce abrazo por las gotas del rocío que poco a poco va calando en ella, preñándola para, al cabo de un tiempo, dar a luz a los hijos que lleva dentro.
Es uno de los tantos partos valiosos que nos ofrece la madre naturaleza, una madre a la que por mucho daño que le inflijan sus hijos siempre está dispuesta a dar lo mejor de sí misma.
Con el agua de la lluvia reverdecen los campos vistiendo sus más espléndidos vestidos. Aparecen una vez más; los veroles, la retama, el culantrillo y hasta los caracoles vuelven a pasearse por la verde hierba.
Sin embargo, ya no vemos a los niños saltar de charco en charco como hacíamos de pequeños, aún a costa de llevarnos una regañina por llegar a casa empapados de pie a cabeza, pero, merecía la pena porque lo habíamos disfrutado.
Los niños hoy no pueden salir a jugar porque se lo impiden los coches, el miedo a que el niño se ponga malo, se manche y, sobre todo, porque ese niño no sabe hacer un barco de papel para ponerlo en los charcos a menos que lo pueda sacar del ordenador.
Como todo, tiene su lado bueno y su lado malo, pero, debemos comprender que es lo que les ha tocado vivir.
María Sánchez.

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