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No puedo
comprender ni explicar que olor tan especial tiene la lluvia; sólo sé que el
aire huele distinto, que nos envuelve el aroma a tierra mojada, que cada gota
de lluvia que se prende en las hojas de los árboles es como la más fina y
valiosa gema que las gotas caídas, colocan como un delicado adorno en cada
flor, en cada hoja.
Es uno de los
tantos partos valiosos que nos ofrece la madre naturaleza, una madre a la que
por mucho daño que le inflijan sus hijos siempre está dispuesta a dar lo mejor
de sí misma.
Con el agua de
la lluvia reverdecen los campos vistiendo sus más espléndidos vestidos.
Aparecen una vez más; los veroles, la retama, el culantrillo y hasta los
caracoles vuelven a pasearse por la verde hierba.
Sin embargo, ya
no vemos a los niños saltar de charco en charco como hacíamos de pequeños, aún
a costa de llevarnos una regañina por llegar a casa empapados de pie a cabeza,
pero, merecía la pena porque lo habíamos disfrutado.
Los niños hoy no
pueden salir a jugar porque se lo impiden los coches, el miedo a que el niño se
ponga malo, se manche y, sobre todo, porque ese niño no sabe hacer un barco de
papel para ponerlo en los charcos a menos que lo pueda sacar del ordenador.
Como todo, tiene
su lado bueno y su lado malo, pero, debemos comprender que es lo que les ha
tocado vivir.
María Sánchez.
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