María Sánchez
Se dice que todo buen escritor hace un borrón o, lo que es lo mismo, comete alguna falta de ortografía.
Para que
esto no suceda y quedemos como unos verdaderos analfabetos nos dirigimos
con prontitud al socorrido diccionario, sabedores de que es ahí donde
vamos a encontrar la repuesta acertada a nuestra consulta.
Sin
embargo, el mayor jarro de agua fría nos caía cuando la sor, porque en
mi caso estudie en un colegio de monjas, nos decía que la H era muda y
no se pronunciaba. Al oír esto se nos caían los palos del sombrajo y sin
poder decir ni pio.
Otro
recuerdo que guardo en mi mente es ver aquellos muebles en el salón de
nuestra casa donde lo que primero se colocaba era una colección del
diccionario Larousse. Usarse se usaba más bien poco, pero ¡cómo
adornaba! Igualito que una figura de Lladró.
Hoy, que
tenemos todas las repuestas a un golpe de clic en el teclado del
ordenador o el móvil, da pena la cantidad de faltas de ortografía que
podemos ver en las redes sociales.
Cuando
observo que escriben muxo, graxias o, komo te fue, les prometo que se me
caen hasta las cejas, especialmente cuando provienen de gente joven.
Bromas aparte les contaré que el primer diccionario no fue el Larousse ni llegó a nosotros cincuenta años atrás.
El más
antiguo que se conoce data del 600 a.C. Procede de Mesopotamia y está
escrito en (acadio) la lengua de los asirios y babilonios.
En 1480 el impresor inglés William Caxton publicó el primer diccionario bilingüe inglés-francés.
El primero
que disfrutamos en español es la obra del erudito Sebastián de
Covarrubias, publicado en 1611. Es el primer diccionario general
monolingüe del castellano, es decir, el primero en que el léxico
castellano es definido en esta misma lengua.
Estaré rezando en espera de no haber cometido una falta de ortografía.
fuente: http://www.canariasopina.com.es/articulo/22353
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