El cielo es azul y las nubes blancas. Eso está claro. ¿Y por qué no al revés? ¿O de otro color?
Cuando un rayo de luz topa con un objeto, determinadas longitudes de onda son absorbidas mientras otras son reflejadas. El color asociado a aquellas que rebotan es el que nuestros ojos perciben y por ello decimos que el objeto en cuestión es de determinado color. Ahora bien, cuando el objeto con el que la luz topa no es sólido o bien siéndolo no opone resistencia o pone poca al paso de la luz (objetos transparentes o translúcidos) la luz los atraviesa.
Pero cuando los corpúsculos difusores de la luz, esto es, las gotas de agua en suspensión que forman la nubes, son bastante más grandes que la longitud de onda de la luz, actúan como simples reflectores. Y todos los componentes de la radiación visible se comportan del mismo modo y la luz solar difusa mantiene el mismo color: el blanco.
Ahora bien. No siempre son blancas, a veces son grises. Y las nubes de tormenta prácticamente son negras.
¿Por qué?
Cuanto más densa es la aglomeración de gotas de agua en suspensión, menos luz solar llega a atravesarlas, y la tonalidad se oscurece hasta diferentes tonos de gris.
Y en las nubes de tormenta, la acumulación de agua es tal que la luz no llega a atravesarlas. Y por ello las vemos de color negro.
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