En el Valle de Aezkoa, en el Occidente de los Pirineos, está una de las puertas naturales a la Selva de Irati. Este bosque, uno de los más extensos y con mayor riqueza medioambiental de Europa, se torna mágico en otoño, cuando vibran sus extraordinarios colores y el silencio susurra en su hábitat. Hay muchas tentaciones y estímulos que invitan a “perderse” por sus senderos y montes. Estos son cinco de los más intensos.
Cuenta la leyenda que la Selva de Irati era el reino de Basajuan, dueño y protector de este bosque, de su naturaleza y de sus rebaños. Este gran señor de la mitología protegió con esmero el vasto territorio del Valle de Aezkoa, donde se siente un dulce vértigo al perderse entre miles de troncos que llegan hasta el infinito. Nos adentramos en la Selva de Irati desde Orbaizeta, la puerta occidental de este mítico parque, donde caminar por caminar supone un auténtico placer. El otoño trae el esplendor a Irati. A principios de octubre la hojarasca de hayas, abetos, alisos y robles compone una acuarela de verdes, amarillos, pardos, rojos, cobrizos y rojizos, en un impresionante derroche de hermosura. El follaje recubre el suelo como un suave anaranjado y el musgo envuelve de verde las rocas, cubre las raíces y trepa por los troncos. El bosque atrapa al visitante en un encantador hechizo.
Por el valle de Aezkoa
Los colores desde el cielo
A menos de 6 kilómetros al norte de Orbaizeta está Arrazola, la puerta natural de la Selva. Una inmejorable posibilidad para recrearse con los matices que regala el otoño es subir desde Arrazola hasta el mirador de Azalegi, a 1.200 metros de altitud. Desde Azalegi se disfruta la magnífica explosión de color que el otoño provoca en Irati. A través de un recorrido de unos siete kilómetros se asciende entre espesos hayedos, inmensos abetos, corpulentos robles, magníficos arces y majestuosos fresnos, así como de una increíble variedad de arbustos, donde destaca el helecho, que se encarga de cubrir la entrada a las arboledas. Durante el ascenso se percibe la importante tradición ganadera de Irati, que en estos ricos pastos alimenta la famosa vaca pirenaica, productora de carne de una excelente calidad. Llegar a la cima de Azalegi es un regalo para los sentidos. A sus pies se abre la más colosal variedad de tonalidades. Aquí los Pirineos se abren paso entre una interminable gama de verdes, cobres, granates, rojos, púrpuras, amarillos, ocres y anaranjados que harían palidecer al propio Van Gogh. En la pequeña explanada de esta ventana al mundo pastan sociables caballos de cuello corto y fuerte y robustas extremidades. Esta caballería era utilizada para el tiro, la agricultura y el transporte. Tras un pequeño repecho comienza la bajada que lleva hacia la Ermita de San Esteban, un pequeño santuario reconstruido a mediados del siglo XX, ya que estaba en ruinas porque los franceses la incendiaron en su invasión. Se baja por el camino del bosque hasta que de pronto se abre a una gran pradera que a su derecha adentra en otra espesura que devuelve de nuevo al área de descanso de Arrazola.
En el corazón del bosque
Para sentir la magia de este bosque de cuento hay adentrarse en su corazón, y la mejor opción es un paseo alrededor del embalse de Irabia, el núcleo de la selva. Desde Orbaizeta se toma la NA2030, se pasa el albergue Mendilatz y, siempre hacia la derecha, se llega a los pies de la presa, que fue construida en 1922 para producir electricidad y regular el caudal del río Irati. Se cruza y se toma la senda de la izquierda para entrar en la naturaleza en estado puro. Solo se escucha el rumor salvaje del agua entre hayas y abetos, el olor a frutos del bosque, el frescor del río Irati y el susurro de las hojas caídas, entre las que nacen multitud de setas y hongos. Esta joya, uno de los bosques más extensos y de mayor riqueza medioambiental, tiene un encanto insuperable. A la derecha, la frondosidad hipnotiza, y a la izquierda, el agua embelesa.
Este soberbio hayedo aglutina excelentes ejemplares de robles, abetos, arces, boj, saúcos, fresnos y tejos. Desde tiempos inmemoriales la calidad de la madera de Irati ha sido muy apreciada. Con ella se construyeron los mástiles de la Armada Invencible y la catedral de Tudela, para los que se desarrollaron ingeniosos sistemas para su transporte: por el río a través de complejas esclusas o suspendida en el aire con astutos sistemas de cableado. Además de la arboleda, los acebos, enebros, endrinos, avellanos y helechos suponen un paraíso para ciervos, corzos, jabalíes, zorros, martas y ardillas que habitan en la Selva de Irati. Al final del sendero se cruza un pequeño puente, y se toma el camino de la izquierda para bajar al inicio del recorrido. En el descenso, el río se muestra espectacular.
Real fábrica de armas y municiones de Orbaizeta
Una de las sorpresas que esconde Irati es la Real Fábrica de Armas y Municiones de Orbaizeta, perfectamente adaptada al terreno. La Real Fábrica es uno de los mejores ejemplos de arquitectura industrial que además llama la atención por su ubicación, contra toda lógica, a solo cinco kilómetros de una frontera enemiga. La riqueza maderera, la existencia de yacimientos de hierro, plata y plomo, y la abundancia de agua fueron claves para que Carlos III decidiera construirla en 1784 sobre la antigua ferrería medieval de Orbaizeta. Fue diseñada y desarrollada por militares de artillería para fabricar bombas de hierro, granadas y munición. Además de la fábrica estaba la iglesia, el palacio de los jefes y las casas de los obreros. Al parecer, también había una posaba para los arrieros y un pequeño cuartel de vigilancia.
La fábrica de Orbaizeta fue saqueada e incendiada por los franceses en la guerra de la Convención, destruida por los ejércitos de Napoleón en la de la Independencia, también la quemaron los carlistas, y al parecer sufrió un par de incendios fortuitos. Pero siempre fue reconstruida hasta que a finales del XIX se cerró. La zona se convirtió en un barrio de Orbaizeta y ahora hay una casa rural con encanto donde venden un sensacional queso de oveja artesano. Adentrarse en este fantasmal laberinto de piedras causa desasosiego y atracción por partes iguales. Las ruinas de la fábrica conservan un singular atractivo y, a pesar de su estado ruinoso, se pueden observar algunas dependencias, además de los hornos y la ingeniosa canalización del río Legartza.
Prehistoria en Azpegi
Otra sorpresa que depara a los visitantes el Valle de Aezkoa es el magnífico conjunto de crómlechs y dólmenes que atesora. Los cromlechs son un tipo de monumento prehistórico formado por menhires organizados en círculo alrededor de un dolmen, construcción megalítica de varias losas. En Azpegi, a pocos kilómetros de Orbaizeta y lindando con la frontera francesa, se encuentra su asombrosa Estación Megalítica. Tanto en Azpegi como en sus alrededores se puede observar una gran cantidad de dólmenes y crómlechs diseminados en su enorme pradera. Es un yacimiento prehistórico notable. Se cree que estos conjuntos podrían ser lugar de reunión o estar relacionadas con los ritos funerarios y ser usados como sepulturas colectivas. Cerca de la carretera, en la gran pradera de la derecha, se aprecia a simple vista el conjunto de crómlechs, donde el más grande, de unos diez metros de diámetro, tiene un gran túmulo en su interior. Junto a él están repartidos hasta dieciséis y todos en perfecto estado. Más arriba, al noreste de Azpegi, se erige a más de 1.400 metros de altitud el Torreón de Urkulu, que podría haber sido construido para conmemorar la conquista de Aquitania.
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