Por Luis Seco de Lucena
Artículo de opinión
Cada año, la conmemoración del Día de las Fuerzas Armadas nos brinda una oportunidad única: detenernos a reconocer, con gratitud y humanidad, la entrega silenciosa de quienes protegen a España en cada rincón del país y más allá de nuestras fronteras.
No podemos conmemorar esta fecha sin detenernos, aunque sea un instante, en el recuerdo emocionado de todos aquellos que dieron su vida sirviendo a España. Desde los campos de batalla hasta las misiones humanitarias, pasando por operaciones de paz y catástrofes naturales, cada uno de ellos forma parte indeleble de nuestra historia. Sus nombres no siempre están en los libros, pero sí en la memoria de sus compañeros y en el corazón de una nación agradecida. Honrarlos es también un deber, y mantener vivo su legado, un compromiso común.
Cada año, al llegar el Día de las Fuerzas Armadas, España se detiene un momento para mirar hacia quienes, en silencio y sin pedir nada a cambio, velan por todos nosotros. Hombres y mujeres que, con disciplina firme y corazón generoso, se alistan cada día a una misión que va mucho más allá del uniforme: la de proteger, asistir y servir, incluso en los momentos más oscuros.
No es solo en los desfiles donde se muestra su entrega. Es en las madrugadas frías en que se movilizan para combatir incendios, en los pueblos anegados por lluvias torrenciales donde acuden sin dudar, en las montañas donde buscan a desaparecidos, en los hospitales de campaña tras una catástrofe. También, lejos de casa, en países en conflicto donde ondean la bandera de la paz y el respeto, demostrando que España sabe tender la mano incluso cuando el peligro es constante.
La resiliencia de nuestras Fuerzas Armadas se mide en gestos sencillos: en una mirada tranquila que transmite seguridad a quien lo ha perdido todo, en una palabra de aliento, en el cansancio que nunca se convierte en queja. El honor, ese valor tan antiguo como necesario, sigue siendo el timón de cada acción, de cada paso que dan. Y el valor… ese no está solo en el frente, sino en la constancia, en el sacrificio callado, en las ausencias familiares que asumen sin reproches.
Las catástrofes recientes han vuelto a poner a prueba esa capacidad de entrega. Y una vez más, ahí estuvieron: removiendo barro, levantando muros, salvando vidas. Cuando todo parecía colapsar, ellos aparecieron. Ser fuerza armada no es solo empuñar un arma, es abrazar el deber con la serenidad de quien sabe que su misión es dar esperanza cuando otros la han perdido.
Por todo ello, esta conmemoración no debe ser solo un gesto simbólico, ni un simple acto protocolario. Es también un recordatorio de que, como país,
debemos cuidar a quienes nos cuidan. Dotarles de medios adecuados, invertir en su formación, en su preparación, en su seguridad. Porque la vocación y el coraje no bastan si no vienen acompañados de herramientas eficaces. El mundo cambia, los retos evolucionan, y con ellos deben hacerlo también nuestras capacidades.
En este Día de las Fuerzas Armadas, celebremos más que su existencia: honremos su humanidad, su sacrificio, su compromiso. Y asumamos todos, como sociedad, el deber de apoyar a quienes siempre están, aunque no se vean. Porque detrás de cada uniforme hay una historia, una familia, un corazón que late por España.
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