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martes, 5 de agosto de 2025

Aranceles bajo par: Diplomacia en el hoyo 19



Artículo de opinión

Por Luis Seco de Lucena 

En una jugada digna del mejor swing político, el presidente Donald Trump ha  convertido su campo de golf en la nueva sede de la diplomacia mundial. Allí,  donde el césped está perfectamente recortado y las banderas ondean  discretamente sobre los hoyos, se ha fraguado un acuerdo comercial con la  Unión Europea, supuestamente destinado a rebajar tensiones arancelarias. La  reunión no ha tenido lugar en la Casa Blanca, ni en Bruselas, ni en ningún foro  multilateral: ha tenido lugar entre bunkers y greens, donde el protocolo viste  polo Lacoste y se negocia entre putts y birdies

En esta partida peculiar, Trump no sólo ha jugado como anfitrión, sino como  caddie de sí mismo, seleccionando cada palabra como si fuera un palo: un  driver para la amenaza, un putter para el guiño diplomático. A la UE le ha  tocado el rol de invitado en el country club de la geopolítica, obligada a aceptar  las reglas del anfitrión so pena de terminar fuera de límites. Porque aquí, en  este campo privatizado del poder, no se firman tratados, se bajan hándicaps. 

Resulta irónico —casi cómico— que un asunto tan espinoso como los  aranceles haya sido negociado sobre el césped de un negocio personal del  presidente. ¿Fue una metáfora voluntaria? ¿Una provocación deliberada? Lo  cierto es que Trump ha logrado lo impensable: reducir la política comercial a  una ronda de 18 hoyos, donde cada chip tiene consecuencias millonarias y  cada error se oculta bajo la alfombra de la clubhouse

El acuerdo, por supuesto, ha sido presentado como un hole-in-one diplomático.  Pero conviene mirar el marcador con detenimiento. La UE ha aceptado  "explorar" nuevas relaciones comerciales, lo cual suena más a aproach shot que a embocar en el hoyo. Trump, por su parte, se ha declarado satisfecho,  levantando los brazos como si acabara de ganar el Masters de Augusta,  aunque nadie sabe aún quién pagará realmente los peajes del resultado. Eso  sí, las cámaras lo han captado en el momento justo, con la sonrisa propia del  jugador que sabe que lleva ventaja en la tarjeta, aunque el rival aún no lo haya  notado. 

La política transformada en deporte no es nueva, pero nunca había sido tan  literal. Trump no sólo ha hecho de su campo de golf un escenario diplomático,  sino que lo ha convertido en símbolo: aquí no se dialoga, se compite; no se  escucha, se juega a ganar. La UE, entre perpleja y resignada, ha seguido el tee  time sin rechistar, aceptando que el fairway estaba trazado desde el inicio con  la pendiente a favor del dueño. 

Así, mientras los ciudadanos de ambos lados del Atlántico calculan los efectos  reales de los acuerdos en sus bolsillos, Trump se da una ducha en el locker  room del poder, satisfecho tras su mejor ronda diplomática. Porque en su  mundo, toda negociación es un juego, y todo juego se gana si el campo te  pertenece. Los aranceles quizás bajen, pero el ego del presidente, ése, nunca  estuvo fuera de límite.

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