Marisol Ayala.
Hará más o menos quince años cuando un domingo alguien nos invitó a una fiesta en Telde. Éramos una panda de veinte o veinticinco personas, la mayoría vinculados a la música canaria y al programa de TVE-C, Tenderete.
Dos coches escobas recogieron a los amigos de Las Palmas de GC que no conducían. Subieron en los coches los que cabían, el resto a buscarse la vida. La casa del fiestón estaba en una zona de pocas viviendas. Me acuerdo porque lo tuvimos que comprobar para evitar que la música molestara a la vecindad. La música tiene imán, atrae, así la fiesta podía desbordarse, todo bajo control. En esos tenderetes cada cual llevaba algo de comida y bebida, tan importante lo segundo como lo primero. La fiesta fue inolvidable porque poco a poco fueron llegando amigos cantadores que ayudaron a montar canciones y por muchas cosas, ya verán.
Cuando el tenderete avanzaba y cada cual llevaba “puestas” las copas que podía aguantar unos optaron por jugar a las cartas y algunos paseaban por la casa que era espectacular.
De pronto, los que estaban viendo la vivienda se asomaron por una ventana del segundo piso y nos hicieron señales para que subiéramos. Era una llamada misteriosa y unos dos o tres le hicimos caso. En las paredes había colgadas guitarras y otros instrumentos de cuerdas. Sin saber bien como fue, lo cierto es que mis amigos descubrieron una pared que con un empujoncito cedía. Detrás de esa pared había un interruptor que encendimos sin perder el tiempo. Lo que vimos fue sorprendente. Ese habitáculo fue fabricado para esconder dinero negro y allí había una millonada. Nadie podía saber que existía, pero no contaron con mis amigos que aun teniendo muchas copas podían fabricar relojes.
En un rincón, al fondo, alguien vio unas bolsas de paño. El más alto tiró de ellas. Ocultaba lingotes de oro.
Salimos pitando.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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