Autora Marisol Ayala.
Hace trece años, cuando los “bebés robados” cobraron actualidad Rosa
decidió tirar de su ovillo, ese cuyo hilo suelto le recordaba que estaba
ahí, el ovillo, claro. Le había prometido a su madre adoptiva que
jamás, mientras ella estuviera viva, tiraría de él. Pero una serie de
acontecimientos fueron debilitando su promesa.
Ella se había pasado la adolescencia y juventud preguntando por su
madre biológica; alguien, parece que una tía lenguaraz, había abierto
una ventana que la familia tenía cerrada a cal y canto. Fue cumpliendo
años, tuvo hijos, era feliz y no se perdía ni un solo reportaje, debate o
testimonios sobre los “niños robados” pero recuerden que había jurado
no mover el caso. Poco a poco su madre fue perdiendo la cabeza y de vez
en cuando le pedía a su hija que se sentara en su cama y
atropelladamente le mencionaba a una mujer. «Ella es tu madre…papá y la
tía te trajeron a casa». Esa confesión tenía una zona negra; su madre ya
sufría un Alzheimer que distorsionaba la realidad pero Rosa insistía
una y otra vez tratando de hallar en aquella memoria mermada una pista.
Entonces pensó en su tía y fue en su busca. Quiso el azar que su madre
adoptiva falleciera y a partir de ahí se propuso que su tía le contara
toda la verdad. Su verdad. Le dijo que había nacido en la clínica Santa
Catalina. Allí buscó sin suerte algún documento que la guiara hasta su
familia biológica. Fracasó. Llevó su caso a la prensa e hizo un
llamamiento que partió de una fecha de nacimiento, un lugar y poco más.
Datos endebles. Sus hijos le dijeron que no buscara más, que era
complicado, que se iba a volver loca. Se obsesionó.
Un día la llamaron de Tenerife. Alguien le dijo que era su hermano,
que tenía certezas. Se cruzaron cartas, fotos. Pero nada, era un
estafador. Le pidió dinero.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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