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jueves, 25 de agosto de 2016

Hallado un planeta como la Tierra en la estrella más cercana al Sistema Solar


Mirando al cielo, desde cualquiera de los hemisferios, se pueden ver sin telescopio unas 4.500 estrellas. Esa minúscula muestra de los innumerables soles del universo ni siquiera es representativa de los mundos que existen. 
Las estrellas más abundantes, tres de cada cuatro en la Vía Láctea, son las enanas rojas y tienen un brillo tan tenue que no pueden contemplarse a simple vista. Ni siquiera la más cercana de ellas, Proxima Centauri, a solo 4,5 años luz, es visible en el cielo nocturno. Sin embargo, es en torno a esos astros donde se empieza a plantear que, por probabilidad, será más fácil encontrar mundos habitables. Precisamente en esa estrella vecina, los astrónomos acaban de encontrar un nuevo planeta que puede ofrecer una idea sobre la naturaleza de los refugios de la vida en el cosmos, bastante distintos de nuestro planeta o de lo que cabría imaginar si la Tierra es nuestra referencia.
Proxima b, como han bautizado al nuevo exoplaneta, el más cercano a la Tierra que se conoce, no ha sido observado directamente. Los astrónomos responsables del hallazgo, liderados por Guillem Anglada-Escudé, investigador barcelonés de la Universidad Queen Mary de Londres, revelaron su presencia observando a su estrella. Una pequeña anomalía en su órbita, provocada por la influencia gravitatoria del planeta, ha servido para deducir su presencia y alguna de sus características. Da una vuelta alrededor de su sol en solo 11 días, y tiene un tamaño ligeramente superior a la Tierra y una superficie sólida
Otra de las condiciones de este peculiar planeta es su cercanía a Proxima Centauri. Se encuentra a un 5% de la distancia que separa la Tierra del Sol, una proximidad que lo convertiría en un infierno si su estrella fuese como la nuestra, pero que la coloca en el área de habitabilidad en el caso de una enana roja. Esto se debe a que las estrellas como Proxima Centauri, con un 12% de la masa solar, consumen su combustible nuclear con mucha parsimonia, tanta que en los 13.000 millones de años de historia del universo aún no ha dado tiempo a que ninguna de ellas haya muerto aún. Con esas características, el nuevo planeta tendría una temperatura de 40 grados bajo cero sin contar con el efecto invernadero de una posible atmósfera, que podría elevar la temperatura sobre aquel mundo por encima de los cero grados.
Los autores, que han publicado sus resultados esta semana en la revista Nature, responden también a algunas dudas sobre la posibilidad de que una enana roja cuente con planetas habitados. Uno de los inconvenientes para la vida de estos sistemas planetarios es que tienen que estar muy cerca de su estrella para tener una temperatura en la que el agua pueda existir en estado líquido. Cuando eso sucede, en gran parte de los casos se da un fenómeno que se llama rotación sincrónica y que podemos ver en nuestra propia Luna. El tiempo de traslación y el de rotación se iguala y el planeta muestra siempre su misma cara a la estrella. Esto haría pensar en un hemisferio abrasado en el que la atmósfera se evaporase, y otro congelado. Sin embargo, según los autores, una atmósfera más densa que la de la Tierra permitiría matizar esas temperaturas extremas a través de la circulación atmosférica y la redistribución del calor.
Alberto González Fairén, astrobiólogo en el Centro de Astrobiología en Madrid y en la Universidad Cornell en Nueva York, que no ha participado en el estudio, coincide con estas hipótesis que permitirían la existencia de vida en Proxima b, y aporta otras. “El hemisferio del planeta expuesto a la luz de la estrella podría fabricar nubes de alta reflectividad que contribuirían a enfriar la superficie. Estas nubes contendrían gran cantidad de agua y cubrirían el cielo de la cara diurna hasta en un 80%. Además, las nubes más densas y gruesas se formarían allí donde la luz de la estrella llegara con mayor intensidad, aumentando así el albedo [la cantidad de luz que refleja] del planeta. El resultado final sería un enfriamiento notable del planeta”, señala el investigador.
Otro de los grandes problemas para la vida en un sistema planetario presidido por una enana roja serían sus erupciones de rayos X. Al estar tan cerca de la estrella, el planeta recién descubierto tendrá unos flujos de rayos X 400 veces superiores a los de la Tierra. Sin embargo, los investigadores argumentan que varios estudios sugieren que el campo magnético de un planeta así podría prevenir la erosión atmosférica de este tipo de radiación. Esto puede marcar la diferencia entre un desierto y un vergel, como han demostrado las historias divergentes de Marte y la Tierra. En el primero, la falta de un núcleo de hierro como el que tiene la Tierra le dejó con un campo magnético débil que no pudo defender su atmósfera frente a las arremetidas de los vientos solares. González Fairén comenta además que las enanas rojas emiten “la mayoría de la radiación ultravioleta y los rayos X en los primeros mil millones de años de su existencia, para quedar después como estrellas mucho menos activas”. Como la vida media de las estrellas de masa reducida como Proxima Centauri es muy superior a la de las estrellas de tipo solar, hay mucho más tiempo “para la estabilidad de zonas biofavorables en sus planetas en órbita”, concluye.
El descubrimiento, que se logró gracias a los telescopios del Observatorio Europeo Austral (ESO) en Chile, forma parte del proyecto internacional Pale Red Dot, lanzado para buscar un planeta parecido a la Tierra en la estrella más cercana al Sistema Solar. Hasta ahora, el mundo más parecido al nuestro descubierto por los astrónomos era Kepler-452b, a 1.400 años luz. La proximidad del nuevo exoplaneta ofrece una oportunidad para estudiar con mucho mayor detalle sus características y buscar en nuestro vecindario las primeras señales de vida extraterrestre.
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