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martes, 22 de marzo de 2016

Segunda oportunidad

                                      imagen de archivo
Jugaba con los niños cercanos. Era un enclenque rubio a quien recuerdo silbando, canturreando, riendo. Dejaba la mochila detrás de la puerta, se quitaba el jersey y salía pitando. Un día alguien contó que Mario estaba mariposeando con una niña del barrio, lo normal a esas edades. 
La chiquillería fue cogiendo distinto rumbo y cada cual eligió su veredita. Dos o tres años después llegó el runrún de un embarazo. El rubio sería padre y la vecina, madre. Eran dos chiquillajes que estaban más para cuidarles que para ellos cuidar de nadie. El amor adolescente les metió el miedo en el cuerpo. Querían tener el bebé pero los padres de ambos eran reacios, conscientes de que tenían un futuro incierto. Criar un hijo es duro y ellos lo sabían. En eso apareció un cura asesor y aconsejó separarlos. A la niña, hija de gente de rica, la sacaron de la casa rumbo a Madrid para esconder la afrenta en una congregación religiosa donde pasó embarazo y parto. Mario la buscó donde no estaba. El bebé fue a parar al listado de quienes tienen como único anhelo ser padres a costa de quien sea. Pasaron los años y quiso el azar que volvieran a verse. Ya eran adultos, unos 30 años. Él trabajaba en una ferretería. La hermana de Mario supo de esas citas y puso alfombras rojas. Fue la cómplice de aquellos encuentros hasta que decidió hablar con la familia. Aquel amor adolescente seguía intacto, pero había un rechazo familiar clasista que complicaba el perdón. Ninguno perdonará jamás la decisión de separarles pero la vida se encargó de regalarles una segunda oportunidad así que sin darle cuentas a nadie anunciaron la boda. Hoy tienen dos hijos y son felices. La madurez aconsejó arrinconar pasado y rencor. A veces los veo. Ellos no saben lo que otros sabemos._
Ni tienen por qué
http://www.marisolayala.com/

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