La geopolítica del siglo XXI parece sacada de un chiste… pero con aranceles en vez de carcajadas
Por Luis Seco de Lucena
Artículo de opinión
En el gran teatro de la política internacional, la última función lleva por título: “Estados Unidos contra el resto del mundo: episodio arancelario”. Y como toda buena historia global, suena más a comedia de enredos que a tratado económico. Imagínese usted: un americano, un chino, un europeo y un español entran a una sala de negociación. No es una broma, pero lo parece.
El americano entra primero. Paso firme, sonrisa autocomplaciente y una carpeta bajo el brazo que reza: “Make Trade Great Again”. Lanza sus aranceles como quien reparte naipes en Las Vegas: acero para ti, aluminio para ti, automóviles para todos. Proteccionismo, lo llaman. Él prefiere decir que está equilibrando la balanza. Aunque la balanza pese más en una dirección… la suya.
El segundo en llegar es el chino. Silencioso, elegante, lleva consigo un portátil, una agenda digital y veinte acuerdos bilaterales ya cerrados en otros continentes. Sonríe, escucha, y mientras el americano habla de tarifas, él ya ha enviado un satélite, firmado un contrato en África y vendido millones de móviles. Es el estratega silencioso. Si esto fuera ajedrez, estaría pensando diez jugadas por delante.
El tercero es el europeo. Llegado desde Bruselas con maleta de ruedas, informe técnico y una enorme necesidad de consenso. Su discurso es impecable, lleno de referencias a tratados internacionales, comercio justo, regulación ambiental y derechos humanos. Pero mientras él argumenta, el americano bosteza, el chino negocia por otra vía y el reloj sigue corriendo.
Y cuando parece que la reunión va camino del desastre… entra el español. Sin corbata, con aire relajado y café en mano. Saluda, se sienta y pregunta: —Bueno, ¿y qué vais a hacer con el jamón?
Silencio. El americano duda. El chino frunce el ceño. El europeo consulta su listado de productos. Nadie, absolutamente nadie, quiere meterse con el jamón. Porque todos, desde Nueva York hasta Shanghái, han probado alguna vez esa loncha celestial y han quedado rendidos. Ponerle un arancel al jamón es como declarar la guerra al buen gusto.
Así que, tras horas de debate, amenazas y tensiones geoeconómicas, se llega a una resolución tácita: al jamón, ni tocarlo. Ni al aceite, ni al Rioja. España queda fuera del conflicto principal. ¿La razón? Porque incluso en plena guerra comercial, siempre hace falta alguien que traiga el vino y el pan.
Conclusión:
En el nuevo orden mundial, las grandes potencias compiten con estrategias complejas y discursos técnicos. Pero a veces, basta con una ración de jamón ibérico para recordar que el poder blando —ese que entra por el paladar— también cuenta. Y ahí, España juega en otra liga.
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