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lunes, 2 de junio de 2025

HUMOR: Un americano, un chino, un europeo y un español entran en una guerra comercial

 



La geopolítica del siglo XXI parece sacada de un chiste… pero con  aranceles en vez de carcajadas 

Por Luis Seco de Lucena 

Artículo de opinión

En el gran teatro de la política internacional, la última función lleva por título:  “Estados Unidos contra el resto del mundo: episodio arancelario”. Y como toda  buena historia global, suena más a comedia de enredos que a tratado  económico. Imagínese usted: un americano, un chino, un europeo y un español  entran a una sala de negociación. No es una broma, pero lo parece. 

El americano entra primero. Paso firme, sonrisa autocomplaciente y una  carpeta bajo el brazo que reza: “Make Trade Great Again”. Lanza sus aranceles  como quien reparte naipes en Las Vegas: acero para ti, aluminio para ti,  automóviles para todos. Proteccionismo, lo llaman. Él prefiere decir que está  equilibrando la balanza. Aunque la balanza pese más en una dirección… la  suya. 

El segundo en llegar es el chino. Silencioso, elegante, lleva consigo un portátil,  una agenda digital y veinte acuerdos bilaterales ya cerrados en otros  continentes. Sonríe, escucha, y mientras el americano habla de tarifas, él ya ha  enviado un satélite, firmado un contrato en África y vendido millones de  móviles. Es el estratega silencioso. Si esto fuera ajedrez, estaría pensando diez  jugadas por delante. 

El tercero es el europeo. Llegado desde Bruselas con maleta de ruedas,  informe técnico y una enorme necesidad de consenso. Su discurso es  impecable, lleno de referencias a tratados internacionales, comercio justo,  regulación ambiental y derechos humanos. Pero mientras él argumenta, el  americano bosteza, el chino negocia por otra vía y el reloj sigue corriendo. 

Y cuando parece que la reunión va camino del desastre… entra el español. Sin corbata, con aire relajado y café en mano. Saluda, se sienta y pregunta: —Bueno, ¿y qué vais a hacer con el jamón?

Silencio. El americano duda. El chino frunce el ceño. El europeo consulta su  listado de productos. Nadie, absolutamente nadie, quiere meterse con el jamón.  Porque todos, desde Nueva York hasta Shanghái, han probado alguna vez esa  loncha celestial y han quedado rendidos. Ponerle un arancel al jamón es como  declarar la guerra al buen gusto. 

Así que, tras horas de debate, amenazas y tensiones geoeconómicas, se llega  a una resolución tácita: al jamón, ni tocarlo. Ni al aceite, ni al Rioja. España  queda fuera del conflicto principal. ¿La razón? Porque incluso en plena guerra  comercial, siempre hace falta alguien que traiga el vino y el pan. 

Conclusión

En el nuevo orden mundial, las grandes potencias compiten con estrategias  complejas y discursos técnicos. Pero a veces, basta con una ración de jamón  ibérico para recordar que el poder blando —ese que entra por el paladar— también cuenta. Y ahí, España juega en otra liga.


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