Desde cualquier punto del mundo se anuncia la Navidad con luces que llenan las calles de luz y color, los villancicos suenan alegres anunciando que el Niño Dios llegará de nuevo a nuestras vidas trayendo dones de paz y amor.
En los comercios la gente se apresura para hacer las compras de cara a la noche del veinticuatro con el fin de ofrecer a familia e invitados lo mejor, no deben faltar el marisco, la carne, peladillas y turrones con los que endulzar las penas que el año ha puesto en cada corazón.
Comenzarán a felicitarnos en cada lugar que entremos y también las personas que se cruzan con nosotros, personas que tres días antes pasaron a nuestro lado y ni siquiera nos miraron, gente a las que no conocemos pero a las que la Navidad les remueve la conciencia y nos desean paz y amor a manos llenas.
Tal vez pienses que no me gusta la Navidad, por el contrario, me encanta y de ella guardo muchos y buenos recuerdos, sobre todo los vividos junto a mis seres queridos, esos que partieron pero a los que no se olvidan.
Lo que sí me pone de mal humor es la felicitación, no sentida, de toda aquella persona que ayer pasó a mi lado sin apenas cruzar un saludo y hoy me felicita efusivamente.
Esta es mi opinión sobre las felicitaciones no sentidas.
María Sánchez.
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