Sin embargo, una nueva investigación acaba de descubrir en aquellos fragmentos olvidados del Abri Blanchard, un yacimiento prehistórico en el suroeste de Francia, la representación de un animal más antigua de Europa. Este hallazgo, el grabado de un uro (un toro extinguido) realizado hace 38.000 años, ofrece una llave para tratar de entender el pasado más remoto de nuestra especie, sus relaciones sociales y manifestaciones artísticas. Representa también una ventana para observar el nacimiento de algo que no todos los científicos se atreven a llamar arte, pero que implica sin duda una voluntad de representar el mundo que les rodeaba.
La importancia del hallazgo reside por un lado en su antigüedad, ya que el grabado fue realizado en la época conocida como el Auriñaciense (43.000-33.000), en el Paleolítico superior, cuando los primeros Homo sapiens comenzaban a expandirse por Europa, poblada entonces por otros homínidos, los neandertales, que acabarían por desaparecer. Pero también la técnica es extraordinaria, ya que el dibujo está grabado mediante puntos, el mismo sistema que siglos más tarde utilizarían Seurat o Van Gogh.
"Tanto el estilo como el contenido muestran aspectos comunes en tres regiones diferentes, dos en Francia y una Alemania, lo que implica algún tipo de sistema de comunicaciones y de intercambio de ideas", explica el responsable de la excavación, Randall White, profesor del Centro para el Estudio de los Orígenes de la Humanidad en la Universidad de Nueva York. El yacimiento, un refugio rocoso al aire libre situado en el valle del Vézère, fue investigado en 1927. Noventa años después, el equipo del profesor White analizó los elementos abandonados y realizó nuevas excavaciones en las que aparecieron las 16 piedras con las representaciones de animales.
"Nuestro trabajo demuestra que las imágenes de Blanchard formaban parte de la vida cotidiana", prosigue el prehistoriador. "Esta gente vestía numerosos adornos realizados con dientes de animales, conchas, cuentas de marfil o pulseras. La enorme cantidad de ocre rojo encontrada en el yacimiento puede significar que se pintaban el cuerpo y el cabello. Con todo este énfasis en la representación, la presencia constante del grabado, la pintura y la escultura no representa ninguna sorpresa".
El descubrimiento en 1868 de la cueva de Altamira, en el norte de España, abrió una nueva perspectiva sobre la Prehistoria. Tras años de debates e incredulidad, quedó claro que los seres humanos que vivían hace miles de años eran como nosotros, habitantes de un mundo espiritual. Más de un siglo después, el descubrimiento de la cueva de Chauvet, en el sur de Francia, cambió de nuevo la perspectiva porque sus dibujos eran muchísimo más antiguos de lo que se pensaba.
Las pinturas encontradas en Chauvet son las más sofisticadas y complejas que se conocen, pero fueron realizadas milenios antes que las de Altamira o Lascaux, las otras obras maestras del arte parietal europeo. Entre Chauvet (unos 38.000 a 33.000 años) y Altamira (entre 20.000 y 13.000 años) existe más o menos la misma distancia que entre Altamira y nosotros. En la cueva del Castillo, en Cantabria, también existen pinturas muy antiguas aunque su datación –40.000 años– no es universalmente aceptada. Fuera de Europa, sobre todo en Australia, se han encontrado dibujos que tienen, como mínimo, esa antigüedad, algo que reforzaría todavía más la idea de que Homo sapiens y espiritualidad son inseparables.
"En el siglo pasado, los expertos pasaron de la certeza a la incertidumbre", señala Gregory Curtis, autor de un apasionante recorrido por el descubrimiento del arte prehistórico desde el siglo XIX, Los pintores de las cavernas. El misterio de los primeros artistas (Turner). "Los primeros arqueólogos desarrollaron teorías para explicar el significado de este arte. Ahora, en lugar de teorías universales sobre su significado, tendemos a obtener descripciones cada vez más precisas y detalladas. Creo que esto es bueno. No siempre es fácil ver lo que hay en la pared de una cueva. Pero no hay esperanza alguna de entender el significado hasta que sepamos exactamente lo que está dibujado o grabado en las paredes".
"El arte paleolítico se había datado hasta ahora por métodos comparativos, a partir del estilo", explica por su parte Juan M. Vicent, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y uno de los grandes expertos en la Prehistoria europea. "El acceso cada vez más generalizado a métodos de datación físico-química, incluyendo la datación directa de pinturas, está produciendo un reajuste general de las cronologías, uno de cuyos efectos es la evidencia creciente de fases muy antiguas, que aproximan cada vez más los inicios del arte al comienzo del Paleolítico superior".
Todos estos descubrimientos nos llevan a un origen mucho más remoto de lo que se había sospechado de esas formas de representación que, además de su belleza, son la única puerta que nos permite intuir el pasado de la humanidad. La inmensa mayoría de los científicos han descartado la posibilidad de entender lo significan, pero lo que muestran –casi siempre animales poderosos, manos en negativo, círculos, aunque muy pocas retratos humanos– traza hilos invisibles que llegan hasta nosotros. Como asegura Gregory Curtis, "el impulso de representar que sintieron esos seres humanos, hace 38.000 años, es una definitiva y poderosa conexión con nuestros primeros antepasados".
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