Hace siete años que a Graciela un control médico le descolocó la vida. Un bultito, dijo el ginecólogo. Con ese bultito indisciplinado y rabioso ha convivido siete años; meses mejores, meses peores. Como tantísimas mujeres antes del bultito vivió volcada en sus hijos y también como otras tantísimas mujeres manejó sola la vida de su familia. Funcionaria de Justicia anhelaba cumplir años para jubilarse, para hacer lo que más le gusta, levantarse tarde, desayunar dos veces y hacer realidad uno de sus sueños, viajar a Chile, un país que amó sin conocerlo. Pero ya ven, de pronto un cáncer de mama se abrió paso en su vida y arrimó todos sus proyectos. Sus dos hijos han sido sus enfermeros, el paño de lágrimas donde se refugió cuando el miedo tocaba el timbre. No es mujer de exteriorizar sus sentimientos con la primera persona que se interesa por su salud. Hace años estuvo cerca de la Asociación de Mujeres con Cáncer de Mama y fue, junto a otras cinco mujeres, la que animó a su mejor amiga, entonces superando la enfermedad, todas mactectomizadas, a participar en un reportaje que mostraba en toda su crudeza la vida sin tetas.
Le debía una visita, pisar sus calles y en una hermosa plaza liberada detenerse a llorar por los ausentes
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