En La Futbolería Canaria lo vemos cada fin de semana. Niños que salen del campo con la cabeza baja, no por perder... sino por miedo a la charla en el coche. Porque lo que empezó siendo un juego para hacer amigos, aprender y disfrutar, se ha ido transformando —sin darnos cuenta— en una fuente de presión.
Y es que, cuando vemos que nuestros hijos tienen talento, muchas veces nos pasamos de frenada: Les exigimos que no fallen. Les pedimos que den más, que jueguen como profesionales. Y cuando algo no sale... convertimos el camino de vuelta en una lista interminable de fallos. Pero ojo: cuando el partido termina, el resultado ya no se puede cambiar. Lo que sí podemos cambiar es cómo lo recordarán ellos. No necesitan que les repitamos lo que hicieron mal. Necesitan escuchar: “¡Orgulloso de ti, hijo! Esto no te define. Aprendemos y seguimos.” Porque para entrena.
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