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viernes, 25 de julio de 2025

Currículums de humo: la mentira como mérito político



 Artículo de opinión

Por Luis Seco de Lucena 

En el universo de la política, donde no se exige titulación ni experiencia previa  para ejercer uno de los trabajos más importantes de una democracia, resulta  casi cómico —si no fuera tan trágico— que tantos se esfuercen en inflar su  currículum con títulos que no tienen, másteres que no cursaron o doctorados  fantasmas. ¿Qué necesidad hay de mentir en un entorno que no exige nada  para comenzar? 

La política, tal como se ejerce hoy en día, no solicita a sus aspirantes ni un  examen de acceso, ni una entrevista rigurosa, ni una formación mínima. Basta  con saber moverse entre siglas, repetir consignas y ganarse el favor de una  cúpula que premia la obediencia más que la capacidad. Entonces, ¿por qué  ese afán por aparentar méritos académicos que, en teoría, no se requieren  para ascender en la escalera del poder? 

Tal vez la respuesta no esté en la necesidad, sino en la impostura. En el intento  de dotarse de un barniz de credibilidad en una sociedad que aún valora —al  menos sobre el papel— la formación y el esfuerzo. Y es precisamente esa  distancia entre lo que dicen ser y lo que son, la que desenmascara una  hipocresía institucionalizada. 

Los casos se multiplican: másteres regalados, tesis plagiadas, cursos  inexistentes. Y lo peor no es la mentira en sí —que ya sería bastante— sino la  tibia reacción social ante estas farsas. Hemos asumido que el político miente  como quien respira. Nos escandalizamos un par de días, se llena un plató de  tertulianos, y luego todo sigue igual. Como si la deshonestidad viniera de serie  con el escaño. 

Hemos normalizado lo anormal. Admitimos que el político robe, mienta, se salte  normas éticas y legales, y, aun así, siga cobrando del erario y dictando leyes.  Peor aún: hay quienes lo justifican según su color político, como si la verdad  dependiera del partido que la pronuncie. El cinismo es ya un síntoma  estructural. 

Un currículum falseado es mucho más que una mentira administrativa. Es una  metáfora del sistema. Una declaración silenciosa de que la imagen importa  más que la sustancia, que aparentar vale más que saber. Y en ese juego de  trampas, los ciudadanos perdemos siempre. Porque no se trata solo de  credenciales académicas, sino de ética, de respeto al votante, de la mínima  decencia exigible a quien aspira a representarnos. 

¿Hasta cuándo aceptaremos la mentira como peaje inevitable de la política?  ¿Cuándo dejaremos de premiar al tramposo con un escaño y al honesto con el  olvido? Mientras sigamos tolerando currículums de humo, tendremos gobiernos  de humo. Y un futuro escrito en la niebla.


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